de ruta por El Puerto de Santa María
de ruta por El Puerto de Santa María

La mañana sabatina invita a perderse unas horas de ruta por El Puerto. El sol invernal, tibio pero dorado, acaricia mi rostro mientras doy el primer paso desde las ruinas del fuerte de Santa Catalina. A mi espalda, los vestigios de una historia dormida parecen susurrar secretos al viento, pero yo sigo adelante, decidido a dejar atrás cualquier peso. Hoy no soy más que un caminante, un alma que busca refugio en este rincón del litoral gaditano.

El sendero se despliega con naturalidad, casi como si invitara a perderse en él. La brisa marina me envuelve, cargada del olor a sal, ese perfume rudo y auténtico que sólo el océano sabe destilar. Aquí, el mundo se reduce al mar y al cielo, divididos por una línea azul que parece infinita.

A mi izquierda, el Atlántico se extiende con su manto de aguas frías, vibrantes bajo la luz de la mañana. Las olas rompen en la distancia, cada espuma una danza efímera, una coreografía que nunca se repite. En el horizonte, un buque mercante avanza por la bahía, apenas una silueta que corta el lienzo azul. Pienso en las historias que transportará a bordo: cargas, destinos, vidas que, sin duda alguna, nunca conoceré. Y, de algún modo, eso también me alivia. No es necesario comprenderlo todo; basta con observar, dejarse llenar por la inmensidad.

El viento juega con mi cabello, despeina las preocupaciones que traía conmigo. Me siento ligero, casi como si cada paso descargara algo más de ese lastre invisible que acumulamos durante la semana: las prisas, los correos sin responder, las obligaciones autoimpuestas. Aquí todo eso carece de sentido. Aquí, solo importa el momento.

Sigo caminando de ruta por El Puerto. La ruta no es larga, pero cada metro parece un pequeño descubrimiento. Un par de gaviotas planean cerca, sus siluetas recortadas contra el cielo. Alcanzo un tramo donde las dunas abrazan el sendero, las matas de vegetación baja saludándome con su verdor resistente. Me detengo un instante y dejo que el silencio, roto únicamente por el murmullo del agua, me envuelva. Respiro profundo. Aire puro. Vida.

Finalmente, la torre de la playa de Santa Catalina asoma en el horizonte. Es pequeña, humilde en comparación con los fuertes que una vez defendieron estas costas, pero guarda su propia dignidad, plantada frente al océano como un vigilante sereno. Me acerco, cierro los ojos y dejo que el sol abrace mi piel. En ese instante, no hay pasado ni futuro. Solo el ahora.

Y es suficiente.

inicio la ruta por el Puerto, justo a lado de las ruinas del fuerte de Santa Catalina | fotografía 1
inicio la ruta por el Puerto, justo a lado de las ruinas del fuerte de Santa Catalina | fotografía 1
paisajes del litoral en el que se funde mar, horizonte y naturaleza | fotografía 2
paisajes del litoral en el que se funde mar, horizonte y naturaleza | fotografía 2
algún que otro mirador se reparte en la breve ruta | fotografía 3
algún que otro mirador se reparte en la breve ruta | fotografía 3
y finalizamos la ruta, apenas el parking de vehículos y el acceso a la playa de la Calita | fotografía 4
y finalizamos la ruta, apenas el parking de vehículos y el acceso a la playa de la Calita | fotografía 4

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