En Cádiz, pocos sucesos han dejado tanta huella como el hallazgo de “los duros antiguos”. Todo comenzó la mañana del 3 de junio de 1904 en la Playa de la Victoria. Un trabajador apodado “Malos Pelos”, que se disponía a enterrar los restos de atún de la almadraba local, golpeó algo duro bajo la arena.
Para su sorpresa, desenterró varias monedas de plata antiguas. Aunque intentó guardar el secreto, sus nervios lo delataron y pronto corrió la voz entre sus compañeros. Habían descubierto un pequeño tesoro enterrado en la orilla del mar. La noticia se difundió como la pólvora por toda la ciudad. Aquella misma tarde —festividad del Corpus Christi—, decenas de gaditanos acudieron en masa a la playa provistos de picos, palas e incluso sus propias manos, ansiosos por desenterrar más monedas.
En pocas horas, la tranquila orilla se convirtió en un hervidero de gente cavando zanjas. Según crónicas de la época, “al mediodía eran muchísimas las personas que estaban haciendo excavaciones”, con algunos afortunados encontrando hasta 200 monedas en un día, mientras otros menos suertudos apenas daban con una docena. Las autoridades no tardaron en intervenir. Agentes de carabineros se presentaron para poner orden y acotar la zona exacta del hallazgo.
Actitud de las autoridades de la época
Se permitió a la multitud continuar excavando solo fuera del perímetro acordonado, lo cual no detuvo la fiebre del tesoro. Durante un par de días, centenares de personas de Cádiz y alrededores siguieron llegando a la Playa de la Victoria, removiendo arena con la esperanza de encontrar un puñado de aquellos codiciados “duros”. La escena en la playa, con familias enteras escarbando afanosamente, fue descrita como “igual que una feria”; una imagen pintoresca que reflejaba tanto la emoción colectiva como la necesidad en tiempos difíciles (“¡Válgame San Cleto, lo que es la miseria…!” exclamaría después una copla).
Al final, nadie se hizo rico con aquel tesoro improvisado. Aun así, muchos gaditanos obtuvieron unas monedas extra con las que pudieron permitirse pequeños lujos inesperados.
En la playa incluso se personaron anticuarios y cambistas, ofreciendo comprar las monedas halladas a cambio de más del doble de su valor facial. Para entonces, Cádiz entero ya hablaba con asombro de “los duros antiguos” encontrados en la orilla del mar.
¿Qué eran exactamente aquellos “duros antiguos”?
El apodo popular de “duros antiguos” surgió de inmediato para referirse a las monedas halladas. En la España de 1904 se llamaba coloquialmente duro a la moneda de cinco pesetas, por lo que estas piezas de otro siglo, salidas del mar, fueron bautizadas como duros de tiempos antiguos. Los expertos comprobaron que se trataba de monedas de ocho reales de plata, emitidas como moneda de curso legal en el Imperio español. Muchas habían sido acuñadas en la ceca de México en el siglo XVIII, durante el reinado de Fernando VI (1750s).
Estas monedas coloniales, denominadas columnarios por el diseño de sus reversos con las columnas de Hércules, también eran conocidas como “monedas de dos mundos” al mostrar dos globos terráqueos bajo la corona española. De hecho, el dólar español o real de a ocho fue la primera divisa de uso global, muy apreciada en el comercio internacional de la época. Que aparecieran de golpe en Cádiz tantas piezas de ese tipo encendió la imaginación popular: ¿de dónde procedían y cómo acabaron enterradas en la playa?
El origen pirata del tesoro (1828)
La explicación al misterio apuntó hacia un episodio ocurrido décadas atrás. Investigaciones históricas y la tradición oral coincidieron en señalar como origen de los duros antiguos el tesoro perdido de un pirata que actuó en la zona de Cádiz en el siglo XIX.
Ese pirata era Benito Soto Aboal, un temido corsario gallego nacido en Pontevedra, a quien muchos consideran el último gran pirata del Atlántico.
La historia de Benito Soto es digna de novela. En 1828, siendo contramaestre del bergantín “El Defensor de Pedro”, Soto se amotinó junto a otros marineros, abandonó a su capitán en la costa de África y se hizo con el control del barco para dedicarse a la piratería
Rebautizó el navío con el irónico nombre de “La Burla Negra” y emprendió una sangrienta campaña por el Atlántico: abordó numerosos buques mercantes de distintas banderas y saqueó sus cargamentos, eliminando sin piedad a las tripulaciones. Sus fechorías le granjearon fama y una jugosa recompensa por su cabeza.
Tras una temporada de pillaje, Soto llevó la Burla Negra al puerto de A Coruña para vender mercancías robadas y aprovisionarse. Allí, previendo que las autoridades pudieran seguirle la pista, cambió el nombre y registro del barco, y convirtió en pesos españoles gran parte del botín obtenido (antes pagado en moneda inglesa).
Con la bodega repleta de oro y plata, puso rumbo al sur de la península, hacia el Estrecho de Gibraltar, confiando en hacer más presa en aquellas rutas tan transitadas. Sin embargo, a principios de 1828 (mediados de marzo según archivos), un error fatal de navegación frustró sus planes: la tripulación confundió las luces del faro de Cádiz con las de Tarifa, y la Burla Negraencalló en las arenas frente a Cádiz, a la altura de la Playa de Cortadura, cerca del Ventorrillo del Chato.
¿Qué ocurrió después del naufragio?
Después del naufragio, Benito Soto y sus hombres lograron llegar a tierra firme con parte de su cargamento. Durante casi una semana merodearon por Cádiz con total libertad, gracias a sobornos que pagaron a un escribano de la Marina para falsificar papeles y evitar sospechas. Se dice que desembarcaron baúles, sacos y cajas llenos de riquezas, ocultándolos rápidamente en la zona de la playa antes de internarse en la ciudad
Los piratas derrochaban dinero alegremente en las tabernas de Cádiz, jactándose de su fortuna, lo que pronto levantó suspicacias entre los locales. Su suerte se agotó cuando un marino inglés, al reconocer a algunos de los forajidos, dio aviso a las autoridades. La justicia cayó sobre ellos: todos los tripulantes de la Burla Negra fueron detenidos en una pensión de la calle Cádiz (hoy llamada Callejón de los Piratas).
Tras un consejo de guerra, una docena de aquellos piratas fueron ajusticiados en la horca el 2 de enero de 1830, en el glacis de las Puertas de Tierra de Cádiz, ante gran expectación ciudadana. Solo el capitán logró escapar inicialmente: Benito Soto huyó a Gibraltar, pero allí fue capturado por las autoridades británicas y finalmente ahorcado en enero de 1830. Ni durante los juicios en Cádiz ni en el patíbulo Soto o sus hombres revelaron jamás el paradero del tesoro que habían traído consigo. Murieron llevándose el secreto a la tumba.
Leyenda popular y realidad histórica
Con el paso de los años, en Cádiz empezó a circular la leyenda de un tesoro pirata perdido en las playas cercanas. Aquella historia pareció confirmarse con el golpe de suerte de 1904: los gaditanos habían dado con un botín que ya se consideraba casi mítico.
Las monedas encontradas por Malos Pelos y compañía correspondían, casi con total certeza, a parte del tesoro de Benito Soto Aboal, oculto de prisa bajo la arena por los piratas encallados en 1828. De hecho, muchas piezas aparecieron agrupadas en cilindros adheridos con brea (pez negra), tal como cabría esperar de monedas almacenadas en barriles o cofres por marinos de la época. Los historiadores locales, tras debatir teorías (se llegó a especular inicialmente con restos de un navío francés de Trafalgar o de un galeón indiano), terminaron respaldando la versión del tesoro de Soto como la más verosímil.
¿Qué hay de cierto en esta leyenda popular?
Ahora bien, ¿qué hay de cierto y qué de exageración en la leyenda popular? Por un lado, los hechos esenciales son verdaderos y están bien documentados: el hallazgo masivo de monedas ocurrió (la prensa nacional de 1904 incluso publicó fotografías de la multitud cavando en la arena) y se comprobó su procedencia histórica. Las monedas eran auténticas y de valor numismático, aunque su valor económico individual no era enorme (apenas unos cuantos reales cada una). Ningún afortunado se convirtió en millonario ni apareció un cofre repleto de joyas; más bien fue una lluvia de moneda menuda la que cayó sobre Cádiz. La copla carnavalesca posteriormente exageró con humor ciertos detalles —como la pobre suegra del narrador que escarbó durante “una semana” entera hasta pescar una pulmonía— para deleite del público, pero sobre la base de un suceso real.
Por otro lado, el descubrimiento de los duros antiguos no supuso la recuperación total del tesoro pirata, sino probablemente solo una parte. Siempre quedará la incógnita de si bajo las arenas de la Victoria quedó enterrada el resto de la fortuna de la Burla Negra. La leyenda de un tesoro escondido sin descubrir del todo perdura hasta hoy, alimentando la imaginación de buscadores de fortunas. “¿Y quién sabe?” – escribía un cronista – tal vez algún día otro golpe de azar devuelva a la luz otra remesa de duros, esperando ser despertados y vueltos a contar a través de coplas inmortales”
Por lo pronto, aquella parte rescatada en 1904 bastó para inscribirse para siempre en la historia gaditana.
El Carnaval inmortaliza la historia
Si el hallazgo fue efímero, su recuerdo resultó perdurable gracias al ingenio popular. En 1905, apenas un año después de los hechos, el célebre autor Antonio Rodríguez Martínez (conocido como “El Tío de la Tiza”) presentó en el Carnaval de Cádiz un tango inspirado en la anécdota. Su coro “Los Anticuarios” estrenó el tanguillo “Aquellos duros antiguos”, cuyas letras relataban con gracia lo sucedido en la playa.
La canción se hizo inmediatamente popular y, con el paso del tiempo, se ha convertido en un himno oficioso del carnaval gaditano, siendo quizás la copla carnavalesca más cantada de la historia local. Gracias a esta copla, la historia del tesoro de los duros antiguos nunca cayó en el olvido, transmitiéndose de generación en generación.
Repercusión de esta historia en la actualidad
En la actualidad, Cádiz sigue recordando aquel episodio. En 2014, por ejemplo, se inauguró un busto en honor al Tío de la Tiza en el paseo marítimo –cerca del lugar del hallazgo– y los carnavaleros allí reunidos no dudaron en entonar de nuevo el famoso tango
El Museo de Cádiz también atesora alguna de aquellas monedas rescatadas, exhibidas como testigo material de la leyenda. De este modo, historia y mito se entrelazan en la memoria gaditana: lo que fue un hecho fortuito y real (encontrar monedas piratas en la playa) vive para siempre en forma de canción festiva y tradición oral.
Letrillas del carnaval
A continuación se reproduce una coplilla popular del Carnaval de Cádiz (tango de Los Anticuarios, 1905) que hace referencia directa a la búsqueda de los duros antiguos. En estos versos, el pueblo gaditano dejó pintada para la posteridad la escena pintoresca de aquel hallazgo:
Aquellos duros antiguos
que tanto en Cádiz dieron que hablar
que se encontraba la gente
a la orillita del mar,
fue la cosa más graciosa
que en mi vida he visto yo.
Allí fue medio Cádiz,
con espiocha;
hasta fue un día mi suegra,
y eso que estaba ya medio chocha;
con las uñas muchos
vi yo escarbar,
cuatro días seguidos
sin descansar.
Estaba la playa
igual que una feria:
¡Válgame San Cleto
lo que es la miseria…!
Algunos, pescaron
más de ochenta duros
pero más de cuatro,
no vieron ni uno.
Mi suegra, como ya dije,
estuvo allí una semana
escarbando por la tarde,
de noche y por la mañana.
Perdió las uñas y el pelo
aunque bien poco tenía,
y en vez de encontrar los duros
lo que encontró fue… una pulmonía.
En el “patio de las malvas”
está “escarbando” desde aquel día.
Fuente: tanto «los duros antiguos» del Tío de la tiza, Carnaval de Cádiz 1905
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