En El Puerto de Santa María, ciudad de vital importancia en la historia del comercio marítimo con América, se erige una de las edificaciones más emblemáticas de la localidad: el palacio de Villarreal y Purullena, también conocido como pPalacio de Purullena. Este majestuoso inmueble fue mandado a construir en 1750 por Agustín Ortuño Ramírez, primer Marqués de Villarreal y Purullena, un comerciante y armador que, a pesar de haber nacido en Nápoles, desempeñó un papel crucial en las relaciones comerciales entre Andalucía y el Nuevo Mundo.
Origen y construcción del palacio
Agustín Ortuño Ramírez, quien además de ser marqués era propietario de buques dedicados a la exportación de frutas a Nueva España, adquirió en 1742 una vasta extensión de terreno sobre la cual ya existían algunas viviendas. Esta circunstancia explica la disparidad entre los exteriores del palacio y su lujoso interior. El palacio se alzó en la esquina de las calles Cruces y Pozuelo, en un área privilegiada del casco histórico de la ciudad, sobre una edificación preexistente. Siguiendo el diseño habitual de las Casas Palacio de los Cargadores a Indias, la estructura incluía cuatro plantas y una torre mirador que sobresalía en la esquina, desde donde se podían avistar los navíos que llegaban al puerto, en un claro reflejo de la importancia comercial y naval de El Puerto de Santa María en el siglo XVIII.
Un interior rococó y un legado regio
El exterior sobrio del palacio contrasta notablemente con su interior, diseñado para reflejar la riqueza y el buen gusto de su propietario. Al entrar, los visitantes se encontraban con dos pisos conectados por una majestuosa escalera imperial. El mobiliario y la decoración seguían un estilo Luis XV, una muestra de la preocupación artística del marqués. Los salones estaban adornados con pinturas, cristalería y cerámicas de gran valor, y los espacios interiores incluían una capilla, amplias habitaciones, una extensa huerta y un jardín. La zona posterior del edificio estaba rodeada por una galería perimetral que añadía aún más suntuosidad al conjunto.
El palacio llegó a alcanzar tal relevancia que, en 1862, fue el escenario de la estancia de la reina Isabel II, durante una visita oficial a El Puerto de Santa María. La visita regia fue ampliamente documentada por el cronista real, Ponglilioni, quien destacó en sus crónicas la magnificencia de la decoración interior del palacio, en particular el refinamiento del mobiliario y las ricas colecciones artísticas que albergaba.
Decadencia y restauración
A pesar de su pasado glorioso, el palacio no pudo escapar a la decadencia que afectó a muchas casas-palacio andaluzas. Durante la segunda mitad del siglo XX, sufrió un progresivo abandono que lo dejó a merced de actos de vandalismo y saqueos, lo que provocó una acelerada degradación de su estructura y su contenido. En la década de 1970, el palacio ya se encontraba en un estado de ruina casi total, con la mayor parte de sus elementos decorativos desaparecidos o dañados.
No fue hasta 1992 cuando se llevaron a cabo obras de consolidación de urgencia, principalmente en la parte orientada hacia la Calle Cruces, cuyos muros aún permanecían en pie, aunque faltaban las cubiertas y los entramados horizontales. Esta intervención no fue solo una restauración, sino más bien una reconstrucción destinada a salvar lo poco que quedaba del edificio. A pesar de estos esfuerzos, gran parte de la magnificencia original del palacio se ha perdido, aunque sigue siendo un símbolo del esplendor que una vez caracterizó a la élite comercial de El Puerto de Santa María.
El Puerto de Santa María y su rol en el comercio transatlántico
El Palacio de Villarreal y Purullena no solo es importante por su valor arquitectónico, sino también porque representa el papel clave de El Puerto de Santa María en las relaciones entre España y el Nuevo Mundo. Su ubicación estratégica en la desembocadura del río Guadalete, a pocos kilómetros de Cádiz, Sanlúcar de Barrameda y Sevilla, lo convirtió en un centro naval y comercial de primer orden durante la época colonial. Los comerciantes locales, como Agustín Ortuño Ramírez, establecieron rutas comerciales hacia América, fomentando el crecimiento económico y cultural de la ciudad.
La historia del palacio es, en muchos sentidos, una ventana a la riqueza y el poder de aquellos comerciantes conocidos como “Cargadores a Indias”, quienes desempeñaron un rol crucial en la conexión entre España y sus territorios ultramarinos. Así, este edificio no solo refleja la historia particular de una familia noble, sino también la de una ciudad que fue un eje fundamental en el desarrollo del comercio transatlántico.
Patrimonio y futuro
Hoy en día, el Palacio de Villarreal y Purullena es un testimonio de una época de esplendor para El Puerto de Santa María, a pesar de los daños sufridos con el paso del tiempo. Las intervenciones recientes han permitido preservar lo que queda de su estructura y evitar su desaparición definitiva. El reto para el futuro será continuar su restauración y convertirlo en un espacio que no solo evoque su pasado glorioso, sino que también forme parte del patrimonio vivo de la ciudad.
El Puerto de Santa María sigue siendo un referente en la historia del comercio entre Europa y América, y el Palacio de Villarreal y Purullena, con su historia y singularidad, es una pieza clave en la comprensión de ese legado.
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