La Iglesia Parroquial de San Francisco, ubicada en El Puerto de Santa María, es un destacado ejemplo del patrimonio histórico y artístico de la ciudad. Su historia se remonta al siglo XVI y refleja la evolución religiosa y cultural de la región.
Orígenes y Fundación de la iglesia parroquial de San Francisco
La Iglesia Parroquial de San Francisco de El Puerto de Santa María hunde sus raíces en los primeros años del siglo XVI, en un contexto de expansión urbana y de fervor religioso promovido por las grandes casas nobiliarias de Andalucía. Fue en 1517 cuando el II Duque de Medinaceli, Juan de la Cerda, tomó la iniciativa de fundar un convento franciscano en las afueras de la entonces villa de El Puerto. Esta decisión no fue casual: los duques de Medinaceli mantenían una estrecha relación con las órdenes religiosas, no solo como mecenas espirituales, sino también como parte de una estrategia de prestigio y consolidación territorial.
El lugar escogido para el asentamiento fue un paraje extramuros, junto a una pequeña y antigua ermita, probablemente dedicada al Santo Cristo o a Santa Brígida. Esta elección también obedecía a razones prácticas y simbólicas: buscaban un entorno que favoreciera la vida de recogimiento y meditación propia de los franciscanos, pero lo suficientemente próximo a la población como para ejercer influencia pastoral y educativa sobre ella.
Fundación del convento
Desde su fundación, el desarrollo del convento fue lento y laborioso. La construcción dependía, como era habitual en la época, de recursos obtenidos a través de testamentos piadosos, donaciones particulares y limosnas públicas. Muchas familias acomodadas de El Puerto y de otras localidades cercanas adquirieron capillas funerarias en el futuro templo, asegurando así su memoria y salvación eterna, a la vez que contribuían económicamente al levantamiento del edificio. De este modo, a lo largo del siglo XVI y principios del XVII, el convento y su iglesia fueron creciendo en tamaño y en importancia, en paralelo con la prosperidad económica de El Puerto como ciudad comercial ligada al comercio con América.
Destacando la labor educativa y asistencial
Los franciscanos no solo ofrecieron atención religiosa, sino también una destacada labor educativa y asistencial, que fortaleció aún más el vínculo entre el convento y la sociedad portuense. Así, el convento de San Francisco se consolidó como un foco espiritual y cultural fundamental para El Puerto de Santa María, preludiando la magnificencia artística que posteriormente se materializaría en su iglesia.
Desarrollo Arquitectónico de la iglesia parroquial de San Francisco
La edificación de la Iglesia conventual de San Francisco, como muchos proyectos religiosos de la época, fue un proceso dilatado y complejo que abarcó varias generaciones. Aunque la fundación del convento data de 1517, no sería hasta aproximadamente 1570 cuando comenzaron las obras principales de la iglesia, que inicialmente consistió en estructuras modestas destinadas a atender las necesidades básicas de la comunidad franciscana.
Con el paso de las décadas, impulsados por la consolidación económica de El Puerto de Santa María y por el creciente prestigio de la orden, se emprendió la construcción de una iglesia de mayores dimensiones y ambiciones artísticas. En este proceso, resulta fundamental la intervención del maestro Alonso de Vandelvira, uno de los arquitectos más reputados de su tiempo, que en 1605 fue contratado para acometer la finalización de la capilla mayor. Vandelvira, perteneciente a una célebre familia de canteros y arquitectos, aportó a la obra una impronta claramente renacentista, especialmente visible en las soluciones estructurales de las cubiertas y en la concepción espacial del presbiterio.
Iglesia de planta de cruz latina
La iglesia presenta planta de cruz latina, con una sola nave de gran amplitud, crucero destacado y capilla mayor elevada, todo ello rematado por una serie de cubiertas de bóveda que combinan elementos de tradición gótica con innovaciones renacentistas. El cuerpo de la iglesia está flanqueado por capillas laterales, algunas de ellas patrocinadas por familias nobles locales, que añaden una riqueza monumental y una diversidad estilística a todo el conjunto.
Lenguaje decorativo del templo
En cuanto a su lenguaje decorativo, el templo refleja la evolución de los gustos artísticos a lo largo de más de un siglo de obras. La sobriedad y elegancia de las formas renacentistas iniciales fueron progresivamente enriquecidas con adiciones barrocas en el siglo XVII y principios del XVIII, especialmente visibles en los retablos, altares y elementos escultóricos. Esta mezcla de estilos —renacentista y barroco— no responde a una planificación unitaria, sino al testimonio vivo de los cambios históricos, sociales y artísticos que experimentó El Puerto de Santa María a lo largo de los siglos.
Fachada austera de la iglesia
Exteriormente, la iglesia mantiene una fachada austera, más cercana al ideal franciscano de modestia que a la ostentación barroca que se impondría en otros edificios contemporáneos. Sin embargo, su sobriedad exterior contrasta con la riqueza interior, especialmente concentrada en el retablo mayor y en los numerosos altares laterales que albergan imágenes de profunda devoción popular.
El Retablo Mayor de la iglesia parroquial de San Francisco
El retablo mayor de la Iglesia Parroquial de San Francisco constituye uno de los principales tesoros artísticos de El Puerto de Santa María, tanto por su calidad estética como por su profundo significado devocional. Fue ejecutado en 1737 por los hermanos Matías José, Diego y José Navarro, maestros ensambladores y escultores naturales de Lebrija, quienes dejaron una impronta de excepcional maestría en su realización.
La iniciativa para su construcción partió del teniente general Francisco Pérez Mancheño, un personaje destacado de la ciudad y hombre de profunda fe, que en su testamento de 1722 dejó estipulado su deseo de contribuir económicamente a embellecer la iglesia franciscana. Además, solicitó ser enterrado en la capilla de San Antonio, un deseo que se cumplió y cuya lápida todavía hoy puede contemplarse.
El retablo, de grandes dimensiones, se organiza siguiendo un esquema arquitectónico muy dinámico, característico del barroco pleno. Se compone de un banco o predela, un cuerpo principal articulado en cinco calles verticales —la central más ancha y las laterales más estrechas— y un ático semicircular que culmina en un cuarto de esfera, en el que se funden la escultura, la arquitectura y la decoración para crear un efecto escenográfico que envuelve al espectador.
Iconografía
En cuanto a su iconografía, el retablo está dedicado a la exaltación de los principales santos franciscanos, evidenciando así el orgullo de la orden por su historia y sus figuras más veneradas. San Francisco de Asís ocupa el lugar de honor en la calle central, rodeado por otras figuras como Santa Clara, San Antonio de Padua o San Buenaventura. Todas las tallas se caracterizan por su detallismo, su expresividad y la cuidada atención al tratamiento de las vestimentas, que contribuyen a dotarlas de un fuerte carácter espiritual.
El conjunto está profusamente decorado con motivos vegetales —guirnaldas, racimos de frutas, hojas de acanto— así como elementos geométricos y estípites, esos pilares en forma de pirámide invertida tan típicos del barroco español. Los juegos de luces y sombras provocados por la arquitectura del retablo acentúan aún más el dramatismo propio de esta estética, invitando a la meditación y al recogimiento.
Detalles del retablo
Técnicamente, el trabajo de ensamblaje y dorado es de altísima calidad, y demuestra la pericia de los hermanos Navarro, que supieron conjugar a la perfección la grandiosidad formal con la calidez espiritual que exige un espacio sacro. El dorado, en particular, otorga al retablo una luminosidad casi celestial que refuerza su papel como fondo escenográfico para la celebración de la Eucaristía.
El retablo mayor de San Francisco, además de su incuestionable valor artístico, representa un testimonio excepcional de la religiosidad barroca en El Puerto de Santa María y una pieza clave para comprender la evolución cultural y estética de la ciudad durante el siglo XVIII. Su conservación actual es, por tanto, esencial para mantener vivo el legado de una época donde arte y fe se entrelazaban de forma inseparable.
Transformaciones y Actualidad
Tras la desamortización de 1835, los franciscanos fueron expulsados y el convento pasó a manos de la Compañía de Jesús en 1860, quienes establecieron el Colegio de San Luis Gonzaga y adaptaron la iglesia para su uso . Actualmente, la iglesia funciona como parroquia jesuita, manteniendo su relevancia espiritual y cultural en la ciudad.
La Iglesia Parroquial de San Francisco no solo es un testimonio de la historia religiosa de El Puerto de Santa María, sino también un ejemplo de la riqueza artística y arquitectónica que caracteriza a la región. Su conservación y estudio continúan siendo fundamentales para apreciar y preservar el legado cultural de la ciudad.










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