polvorines del rancho de la bola
polvorines del rancho de la bola

En esta ocasión, os invito a acompañarme en una visita que, aunque impregnada de historia y curiosidad, no deja de tener un aire de melancolía y respeto. Nos dirigimos al Rancho de la Bola, un paraje que se extiende al pie de la Sierra de San Cristóbal, muy cerca de la pequeña población de El Portal, en Jerez de la Frontera. Esta área, aparentemente tranquila y casi olvidada por el tiempo, guarda en sus entrañas un pasado que nos obliga a recordar una de las tragedias más devastadoras que asolaron la provincia de Cádiz en el siglo XX.

El 18 de agosto de 1947, Cádiz vivió una de sus jornadas más trágicas. La Base de Defensas Submarinas, ubicada en la ciudad, fue el epicentro de una terrible explosión que se cobró la vida de 150 personas, dejó más de 5.000 heridos y causó una destrucción que se sintió en kilómetros a la redonda. Entre los escombros y las cenizas, milagrosamente, 491 minas submarinas alemanas sobrevivieron a la explosión. Aquellas minas, que podrían haber causado una catástrofe aún mayor si hubiesen detonado, fueron trasladadas con suma precaución a los polvorines del Rancho de la Bola, donde permanecerían almacenadas durante varios años.

El recorrido hacia estos polvorines, ubicado a un lado de la carretera que une El Puerto de Santa María con El Portal, es un viaje en sí mismo. Mientras uno se adentra en esta carretera, la naturaleza circundante, con sus campos y su sierra, parece susurrar historias del pasado, invitándonos a reflexionar sobre el peso de la historia que llevamos en nuestras espaldas. El 29 de agosto de 2011, tuve la oportunidad de visitar este lugar, y la experiencia fue, sin duda, tan cautivadora como sobrecogedora.

Al llegar a los polvorines, la primera impresión es la de un lugar detenido en el tiempo, donde el silencio y la soledad son los protagonistas. El conjunto de edificaciones que se alzan ante nosotros son un testimonio mudo de una época que ya no existe, pero que dejó una huella imborrable en la historia local. Aquí, bajo el sol abrasador de Andalucía, las minas fueron depositadas en 1954 en tres almacenes concretos: los números 4, 5 y 6. Durante siete largos años, desde su traslado en 1947 hasta la construcción de estos polvorines, las minas permanecieron en las cuevas artificiales del Cerro de San Cristóbal, una espera cargada de incertidumbre y temor.

Los almacenes, con su arquitectura robusta y funcional, diseñada para cumplir un propósito muy específico, nos hablan de una época en la que la seguridad y la precaución eran primordiales. Estas edificaciones, aunque erosionadas por el tiempo y el abandono, aún conservan ese aire de fortaleza que las hacía impenetrables. No obstante, lo más fascinante de la visita se encuentra al cruzar la mirada hacia el frente, donde se hallan los polvorines subterráneos.

Estos polvorines subterráneos, construidos para almacenar pólvora y otros materiales sensibles, son un verdadero laberinto de túneles y habitaciones que, en su día, fueron el corazón palpitante de esta instalación militar. Son cinco túneles estrechos, paralelos y comunicados entre sí, flanqueados por pequeñas habitaciones que, en tiempos pasados, debieron estar llenas de barriles de explosivos. Al recorrer estos túneles, uno no puede evitar sentir una mezcla de fascinación y respeto. La oscuridad, el frío y la humedad que se sienten al adentrarse en estos túneles subterráneos crean una atmósfera que recuerda a las películas de suspense, donde cada paso resuena en las paredes de piedra, amplificando el eco de nuestra presencia.

La historia que estos polvorines guardan es tan pesada como la propia pólvora que una vez contuvieron. En su interior, se tomaron decisiones y se vivieron momentos de tensión que, sin duda, marcaron la vida de quienes trabajaron en este lugar. Es fácil imaginar a los operarios, enfundados en sus trajes de protección, manejando con sumo cuidado los barriles de explosivos, conscientes de que un error podría tener consecuencias desastrosas.

Pero más allá de su función militar, este lugar también nos habla de la relación del ser humano con su entorno. Durante años, estos polvorines fueron una parte vital de la defensa de la región, pero hoy en día, tras décadas de abandono, se han convertido en un símbolo de la precariedad y el olvido. La naturaleza ha comenzado a reclamar lo que una vez fue suyo, y los edificios, antaño imponentes, ahora están cubiertos de vegetación y muestran signos de deterioro.

Al visitar este lugar, uno no puede evitar sentirse conmovido por el contraste entre su pasado y su presente. Es un recordatorio de que, por mucho que intentemos controlar nuestro entorno, el paso del tiempo es inexorable y, tarde o temprano, la naturaleza siempre encuentra la manera de imponerse. Los polvorines del Rancho de la Bola, con su historia de tragedia y supervivencia, son un lugar que invita a la reflexión, un sitio donde el pasado aún resuena en el aire, esperando a ser escuchado.

En definitiva, este rincón de la provincia de Cádiz es mucho más que un simple vestigio militar. Es un lugar que, a pesar de su abandono, sigue siendo testigo de una historia que merece ser contada y recordada. Al visitarlo, es importante hacerlo con respeto, conscientes de que estamos pisando un suelo cargado de memoria y significado. Así, al recorrer los túneles y contemplar los antiguos almacenes, podemos sentirnos más conectados con el pasado y, quizás, aprender algo sobre nosotros mismos en el proceso.

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