Bajo el cielo teñido de tonos cálidos y mágicos, decidí que este día sería especial. La razón se escondía en la elección de organizar una fiesta, un encuentro íntimo conmigo mismo y la compañía de aquellos que saben respetar mi anhelada soledad. Mis invitados, siluetas que se perfilaban en el horizonte, se acercaban a paso lento, pero aún debían aguardar a que la noche se apoderara del día.
Mientras cruzaba entre las flores de un jardín encantador, me dejé envolver por mis pensamientos. La soledad no pesaba sobre mis hombros, pues siempre me había sentido acompañado por la serenidad que brotaba de mi interior. Sin embargo, era innegable que la irritación se asomaba cuando otros no comprendían la importancia de mi bienestar emocional, intentando arrebatarme mi anhelada tranquilidad.
En el crepúsculo, mientras el sol comenzaba su lento descenso hacia el horizonte, opté por detenerme al pie de un majestuoso árbol. La espera se tornó un deleite, mientras observaba el cielo pintarse de tonos dorados y rosados. A mi lado, mi fiel amiga, la sombra, ya había llegado, anunciando una noche llena de promesas.
La luna, tímida al principio, emergió en el cielo nocturno, iluminando mi pequeño rincón de serenidad. Brindé en solitario, levantando mi copa hacia el firmamento, honrando la presencia de mis invitados invisibles. Bebí por la soledad que se volvía canto en mi corazón, mientras esperaba la llegada de los demás.
A medida que avanzaba la velada, las risas y las conversaciones animadas llenaron el aire. La complicidad con mis invisibles compañeros de fiesta se intensificaba con cada palabra compartida y cada sorbo de la copa. La noche transcurría entre la magia de la luna y la mística de mi sombra, creando un cuadro perfecto de conexión íntima conmigo mismo y con aquellos que, a pesar de su invisibilidad, se hacían presentes en mi mundo.
El amanecer se aproximaba, y mis efímeros invitados debían regresar a sus refugios. Aunque la soledad física retornaría, no la temía. Con cada despedida, surgía la promesa de una nueva celebración. Organizaría otra fiesta, con la certeza de que mi sombra y la luna volverían a ser mis fieles acompañantes. Así, físicamente solo, pero emocionalmente pleno, me sumiría nuevamente en la magia de mi propio universo, listo para recibir la próxima visita de mis queridos invitados invisibles.
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Un momento de reflexión con uno mismo puede llevar a la imaginación por derroteros inesperados pero gratificantes para el espíritu. Tu escrito refleja con trazos poéticos una percepción diferente del entorno, que invita a seguir leyendo la historia hasta el final.
Muy buena narración. Felicidades.
¡Y FELIZ 2024!