chismes
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A menudo amigos o conocidos vienen a contarnos chismes de otras personas o situaciones. Mi edad me ha llevado a la creencia de que este tipo de comentarios no deberían ser escuchados. Más aún, estos chismosos disfrutan creando incomodidad o malestar. Y muy a menudo suelen conllevar una oscura intencionalidad.

Como digo, siento un sentimiento de desprecio no solo a este tipo de comentarios, sino también a quien los portan, los cuales, suelen perder para mí cualquier todo el respeto y/o confianza. Abundando en este tema, querría echar mano de una historia muy relacionada con lo que estoy hablando, y que leí hace unos días.

Por lo visto, está atribuida a Sócrates, y narra un diálogo entre el filósofo y uno de sus discípulos. Parece ser que éste último llegó apresuradamente a su presencia, queriendo contarle un chisme que escuchó en la ciudad en el que se afirmaba que uno de los amigos del pensador griego había hablado de él con malevolencia.

Este le interrumpió, preguntándole si pasó aquel chisme por los tres filtros. ¿De qué filtros se trataban?. Os lo cuento a continuación.

En el primero de ellos es la verdad. Le pregunto a su discípulo ¿estás completamente seguro de lo que me vas a contar es cierto?. Realmente no lo estaba. Y ocurre que muchas veces nos dejamos llevar por los comentarios u opiniones de los demás, dándole carácter de verdad absoluta y sin molestarnos siquiera en verificar si es cierto o no. La respuesta del discípulo fue que no estaba seguro de su veracidad.

En el segundo filtro, el filósofo inquirió, es la bondad. ¿Lo que me vas a contar es realmente bueno?. Por lo general, suelen ser comentarios cargados de difamaciones y con una considerable mala intención. En esta ocasión, el discípulo también contestó que no.

Por último, el tercer filtro es la necesidad o la utilidad, esto es, responde a la pregunta de si ¿es necesario que me cuentes eso de mi amigo?, ¿va a resultarme de alguna utilidad?. La realidad es que este tipo de chismes solo sirven para dañar la imagen de alguien u ocasionarle algún perjuicio. De nuevo la respuesta del discípulo fue negativa.

Sócrates le respondió: ¡entonces no quiero saberlo!. Si no es verdadero, no es bueno y no es necesario, no necesitaba escucharlo.

A menudo lo que nos contamina a los seres humanos no es lo que entra en el cuerpo, sino lo que sale de él. Cuidemos nuestras palabras, pero también nuestros oído.

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