Castillo de Locubín, centinela de la historia y cuna de la cerez, se despliega ante el viajero como un tapiz de contrastes. El verde intenso de los olivos se funde con el blanco de sus fachadas. El relieve abrupto de la Sierra Sur de Jaén protege la villa. Este enclave disfruta del caudal generoso del río San Juan. Además, el municipio representa la evolución histórica de la frontera andaluza. Su origen se vincula a la orografía estratégica de la zona. El núcleo surgió durante el esplendor andalusí. En esa época, los habitantes consolidaron el asentamiento como Hisn al-Uqbin. Este nombre árabe significa «Castillo de las Águilas». La ubicación en el cerro de La Villeta otorgaba un dominio absoluto. Los vigías vigilaban los pasos naturales entre la campiña y el Reino Nazarí de Granada.
La historia de Castillo de Locubín ofrece una crónica de resistencias, pactos y conquistas. Este territorio funcionó como un baluarte militar de primer orden durante la Baja Edad Media. Su papel superaba el de un simple asentamiento agrícola. La plaza defendía el sector occidental del Alto Guadalquivir. Alfonso XI tomó la villa de forma definitiva en el año 1341. Este hecho cambió la estructura administrativa y social de la zona. El municipio entró a formar parte de la red defensiva de la Corona de Castilla. Sus calles sinuosas y sus torres reflejan hoy un pasado fronterizo. Este legado forjó el carácter resiliente de sus gentes. El artículo explora la transformación de este centinela de piedra. Tras siglos de dependencia, la villa logró su autonomía. Ahora posee un patrimonio monumental único y una riqueza agrícola basada en el aceite y la cereza.
El origen: del «Hisn» al «Castillo»
La génesis de Castillo de Locubín no es un hecho aislado, sino el resultado de una superposición de culturas atraídas por la fertilidad de sus tierras y su inexpugnable orografía.
De Ipolcobulcula al dominio romano
Aunque existen evidencias de asentamientos prehistóricos en las cuevas del Plato y la Chatarra, el primer núcleo de relevancia fue el oppidum ibérico de Cabeza Baja de Encina Hermosa. Identificado por diversos historiadores con la ciudad de Ipolcobulcula, este enclave alcanzó su apogeo en la etapa altoimperial romana. Paralelamente, la villa del Cortijo del Baño (Venta del Carrizal) atestigua la intensa explotación agrícola y termal romana en el valle del río San Juan.
El nacimiento de Hisn al-Uqbin
La configuración urbana actual nace en el siglo IX bajo el nombre de Hisn al-Uqbin (traducido como «Castillo de las Águilas» o «de las Cuevas»). Inicialmente, funcionó como un hisn-refugio, un recinto fortificado donde la población rural buscaba amparo durante las revueltas muladíes contra el Emirato de Córdoba, destacando su papel en la rebelión de Ibn Hafsún.
Esplendor almohade y transición castellana
En el siglo XII, bajo dominio almohade, el cerro de La Villeta se transformó en una sofisticada fortaleza con albacar y celoquia. Fue en esta época cuando la familia de los Banu Sa’id erigió un palacio de recreo (qasr) en sus inmediaciones, convirtiendo la zona en un foco cultural donde destacó el poeta Ahmad b. Lubb al-Uqbiní. Con la conquista definitiva por Alfonso XI en 1341, el término sufrió una adaptación fonética del árabe al castellano, consolidando el nombre actual de Castillo de Locubín.
Un papel histórico de frontera
Para profundizar en la relevancia de esta villa, es imperativo entender que Castillo de Locubín no funcionó simplemente como un asentamiento rural, sino como una pieza viva y estratégica en el complejo tablero de ajedrez que enfrentó al Reino de Castilla con el Emirato Nazarí de Granada durante más de dos siglos. Su ubicación geográfica lo situó en el corazón de la denominada «Banda Morisca», un territorio de frontera caracterizado por una inseguridad crónica, donde la vida cotidiana estaba marcada por las algaradas, las cabalgadas y un estado de alerta permanente. Tras la conquista definitiva por parte de Alfonso XI en el año 1341, en el marco de las campañas que buscaban asegurar el control del Alto Guadalquivir, la plaza adquirió una dimensión defensiva fundamental para la Corona castellana.
La Corona cedió el municipio a la Orden de Calatrava tras la conquista cristiana. Los monjes-soldados protegieron y repoblaron estos territorios hostiles. Sin embargo, Alcalá la Real ganó poder e influencia rápidamente. Finalmente, la ciudad vecina absorbió a Castillo de Locubín bajo su jurisdicción señorial y eclesiástica.
La villa funcionó como un «antemural» de Alcalá durante la Baja Edad Media. El castillo protegía los accesos naturales por el valle del río San Juan. Sus vigías advertían puntualmente sobre las incursiones granadinas hacia Jaén. Esta vida en la frontera moldeó la arquitectura militar y el trazado de las murallas. Además, la situación forjó una estructura social basada en la milicia y la vigilancia.
Más tarde, el municipio entró en la Abadía de Alcalá la Real. Esta jurisdicción especial otorgaba al Abad poderes casi episcopales sobre el territorio. Este sistema administrativo y religioso perduró hasta bien entrada la Edad Moderna.
Patrimonio arquitectónico e histórico
El castillo de la Villeta y el recinto defensivo
Dominando el perfil urbano desde el punto más elevado, el Castillo de la Villeta representa el corazón fundacional del municipio y su vestigio histórico más significativo, catalogado como Bien de Interés Cultural. Lo que hoy contemplamos es una fortaleza de origen hispanomusulmán que fue profundamente remodelada tras la conquista cristiana en el siglo XIV. Su estructura original respondía al esquema de un hisn andalusí, diseñado para ofrecer refugio a la población de las alquerías circundantes. En la actualidad, el visitante puede apreciar restos de sus lienzos de muralla construidos con mampostería y los cimientos de la torre del homenaje, que servía como último reducto defensivo. El conjunto arqueológico de la Villeta no solo posee un valor monumental, sino también paisajístico, ya que desde sus murallas se divisa todo el valle del río San Juan, reafirmando su antiguo papel como centinela del territorio.
La iglesia parroquial de San Pedro Apóstol
La Iglesia de San Pedro Apóstol representa el principal monumento religioso de la villa. Las obras comenzaron a mediados del siglo XVI. Este periodo coincidió con el máximo esplendor del Renacimiento en la provincia de Jaén.
El templo presenta una planta de tres naves. Robustas columnas de orden toscano separan estos espacios. Dichos pilares sustentan arcos de medio punto de gran factura. El diseño sigue la influencia directa de la escuela de Andrés de Vandelvira. Este arquitecto lideró los proyectos más importantes de la diócesis giennense. La sobriedad de las líneas y el uso magistral de la sillería demuestran su clara huella en el edificio.
En el interior sobresale el Altar Mayor por su importancia artística. También destaca la Capilla de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Este espacio custodia una de las imágenes más veneradas por los habitantes de Castillo. Por último, la fachada muestra líneas clásicas y equilibradas. El edificio se integra con armonía en el urbanismo de la plaza. La iglesia actúa como el eje central de la población. Ha marcado la vida social y espiritual del pueblo durante más de cuatro siglos.
Ingeniería civil y el legado del agua
La arquitectura de Castillo de Locubín no se entiende sin su estrecha relación con el río San Juan. El Puente sobre el río San Juan constituye una pieza de ingeniería civil fundamental que históricamente facilitó la comunicación entre la villa y las rutas hacia la capital jiennense. Este puente, de sólida construcción, ha sido testigo del tránsito de mercancías y personas durante generaciones. Junto a él, el patrimonio hidráulico se extiende hacia el paraje del Nacimiento del Río San Juan, donde las acequias y los antiguos molinos harineros representan una forma de arquitectura funcional que aprovechaba la fuerza motriz del agua. Estas construcciones, aunque sencillas en sus materiales, son esenciales para comprender la organización económica histórica de la población, que supo domesticar el cauce del río para convertirlo en su principal fuente de vida y prosperidad.
Torre de Batán
La Torre del Batán, también conocida como Torre de Triana, constituye un hito fundamental del patrimonio castillero. Esta estructura se ubica al norte de la localidad, junto al puente homónimo que cruza el río San Juan. Su construcción data probablemente del siglo XIV, en plena etapa de dominio cristiano.
Un Origen Defensivo en la Frontera
La torre nació originalmente como una atalaya de vigilancia o torre-refugio. Formaba parte de la red defensiva que protegía la franja sur de Jaén frente a las incursiones del Reino Nazarí de Granada. Su posición estratégica permitía controlar visualmente el paso por el valle del río. Los centinelas vigilaban los caminos y advertían sobre movimientos de tropas enemigas mediante señales visuales.
La Transformación en Motor Industrial
Con el fin de la guerra de Granada, la torre perdió su función militar. Sin embargo, los habitantes de la zona supieron adaptar el edificio a nuevos usos económicos. A partir del año 1600, la estructura funcionó como un molino de aceite. El Conde de Humanes, propietario de la finca, utilizaba el recinto para transformar sus propias cosechas de aceituna.
Más tarde, el edificio cambió de actividad y se convirtió en un batán. En esta etapa, la maquinaria aprovechaba la fuerza del agua del río San Juan para el tratamiento de tejidos y lana. De este uso industrial reciente proviene su nombre actual. Esta metamorfosis convierte a la torre en un ejemplo excepcional de patrimonio multifuncional. El edificio narra, por sí solo, el paso de una sociedad de guerra a una comunidad agrícola y protoindustrial.
El camino hacia la independencia
Durante gran parte de la Edad Moderna, Castillo de Locubín fue una pedanía o aldea dependiente de Alcalá la Real. Esta subordinación generó tensiones constantes, ya que los castilleros deseaban gestionar sus propios recursos y justicia.
La independencia definitiva no llegó hasta el siglo XIX. Tras varios intentos fallidos durante el Trienio Liberal, fue en 1835, al amparo de las reformas administrativas del Estado liberal, cuando Castillo de Locubín se constituyó como municipio independiente con ayuntamiento propio, separándose definitivamente de la jurisdicción alcalaína.
El Nacimiento del Río San Juan no es solo un paraje natural de gran belleza, sino que ha sido el motor de los molinos y el riego que, desde época romana, han permitido que esta tierra sea un oasis de fertilidad en medio de la serranía
El motor económico: tierra de aceite y cerezas
La prosperidad de Castillo de Locubín es, en esencia, un tributo a la generosidad de su tierra y a la laboriosidad de sus habitantes. A diferencia de otros municipios de la provincia de Jaén, cuya economía es exclusivamente monocultivista, Castillo ha sabido diversificar su producción agrícola gracias a una combinación excepcional de factores geográficos y climáticos, consolidando un modelo productivo que equilibra la tradición del olivar con la especialización frutícola.
El olivar y la cultura del aceite picual
El paisaje de Castillo de Locubín está indisolublemente ligado al olivar de montaña, que tapiza sus laderas y define su fisonomía. La variedad predominante es la picual, característica de la comarca, que produce un aceite de oliva virgen extra de gran estabilidad y cuerpo, reconocido por sus notas amargas y picantes que son garantía de su alta concentración en polifenoles. La economía local se articula en torno a potentes sociedades cooperativas que agrupan a cientos de agricultores, permitiendo que el proceso de recolección, molturación y comercialización se realice bajo estrictos controles de calidad. Este sector no solo representa el sustento principal de la mayoría de las familias castilleras, sino que también constituye un patrimonio inmaterial que dicta los ritmos sociales de la villa durante los meses de invierno.
El valle del río San Juan y el cultivo de la cereza
El elemento que otorga a Castillo de Locubín una identidad económica y social única en la provincia es, sin duda, la cereza. El enclave goza de un microclima privilegiado gracias al encajonamiento del valle del río San Juan, que proporciona la humedad y la protección térmica necesarias para este cultivo exigente. La producción de cereza en Castillo destaca por su precocidad y su extraordinaria calidad organoléptica, cultivándose variedades que van desde la temprana Burlat hasta la resistente Lapins. Este cultivo ha permitido fijar la población al territorio, generando una intensa actividad económica durante la primavera y convirtiendo al municipio en uno de los centros de producción y distribución de cerezas más importantes de toda Andalucía Oriental.

La fiesta de la cereza como eje de desarrollo turístico
La simbiosis entre agricultura y cultura alcanza su máxima expresión en la Fiesta de la Cereza, una celebración que desde hace décadas marca el calendario estival de la provincia. Este evento ha trascendido el ámbito meramente comercial para convertirse en una potente herramienta de promoción turística y gastronómica. Durante su celebración, el municipio se transforma en un escaparate donde se fusionan la venta directa del producto con demostraciones culinarias, concursos y actividades culturales. Esta proyección ha permitido que Castillo de Locubín se posicione como un referente del agroturismo, atrayendo a visitantes que buscan la autenticidad de los productos de proximidad y el valor de un paisaje agrario que es, al mismo tiempo, el principal motor de riqueza y el corazón de su identidad colectiva.
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