Por ti, papá: amor, memoria y gratitud
Por ti, papá: amor, memoria y gratitud

Hoy es tu santo, Papá, 13 de junio.

Recuerdo aquellos mediodías en los que nos sentábamos a la mesa con una cerveza y una tapita, compartiendo instantes sencillos, cotidianos, pero tan nuestros. La televisión de fondo, las noticias del día como excusa para conversar, para oírte hablar con ese tono tan tuyo, pedagógico, de maestro vocacional. Llevabas el magisterio en la sangre. A veces me impacientaba ese estilo tuyo, tan didáctico, tan de aula… pero hoy reconozco que bebía de esa fuente de sabiduría que eran tus años vividos, tus experiencias. Y ahora que ya no estás, te echo de menos con una intensidad que no se puede explicar con palabras.

Te extraño, papá. Hoy, desde este rincón que es mi blog, quiero enviarte una felicitación llena de amor. Doy lo que sea por poder abrazarte una vez más. Fuiste mi guía, mi mentor, muchas veces exigente, pero con un cariño profundo, un respeto silencioso y una admiración que nadie más ha sabido despertarme.

Te fuiste. Lo supe antes de que ocurriera. Esa maldita enfermedad te fue borrando poco a poco, transformándote en la sombra del hombre fuerte, resuelto y sabio que habías sido. Verte así me rompió el alma. Ya no reconocía en ti al padre decidido, hecho a sí mismo, al hombre que con tanto esfuerzo —y solo tú sabes cuánto— construyó su vida y la de su familia.

Fuiste mi confidente, el sostén de mis días, y me duele profundamente no haber sabido acompañarte como merecías en esa última etapa. No supe gestionar tu deterioro, me pudo el miedo, el dolor, los nervios. A veces, influido por la desesperación de mamá, te dije cosas que no merecías o que no necesitabas oír. Qué gran error. Justo cuando tú pedías a gritos comprensión, cariño, paciencia… aquello que tú siempre nos diste sin medida.

Hace unos días, paseando por un parque, me encontré con un banco de piedra. Me detuve un momento e imaginé lo hermoso que sería verte allí, sentado, esperando por mí. Conversando los dos, como antes, codo con codo, bebiendo de tu sabiduría inagotable. Imaginé ese paseo contigo, el calor de tu presencia, la seguridad que solo sentía a tu lado. Y recordé cuando ibas a buscarme al regresar de un viaje, sin importar el frío o el calor. Siempre estabas ahí, esperándome, para acompañarme a casa.

Siento que no estuve a la altura de tus esperanzas. Me avergüenza haber escondido mis fracasos detrás de mentiras piadosas. Me dolía decepcionarte. Y sin embargo, ahí estabas tú, siempre, con un gesto firme y un corazón dispuesto. Aunque te enojaras, aunque alzaras la voz, siempre encontrabas la forma de tenderme la mano, de invitarme a tomar algo contigo y seguir guiándome con tus consejos. Lamento no haber sabido aplicarlos mejor.

El día que te fuiste, lloré con una sinceridad que nunca antes había sentido. Aún estabas en la habitación del hospital, pero tu alma ya había emprendido el camino hacia el descanso. Estoy seguro de que, antes de marcharte, volviste la mirada una última vez y me viste allí, sentado en la cama, sollozando. Aquello que siempre quise negar —que un día no estarías— se hizo real. Y no fue una despedida dulce. Fueron horas largas, de sufrimiento, de dolor, hasta que, al fin, exhalaste tu último aliento.

Sé que en ese momento te levantaste y te sentaste al borde de la cama, exhausto, y me observaste con compasión. Yo, tu hijo, roto por dentro, incapaz de aceptar lo injusto de tu sufrimiento, de tu soledad, de nuestra incomprensión. Es tan duro…

Quisiera volver a ese parque y encontrarte allí, como si el tiempo no hubiera pasado. Lo deseo con todas mis fuerzas, aunque sé que es solo una ilusión. Hoy solo me quedan los recuerdos y algunas fotos que conservo como un tesoro, siempre cerca de mí.

Fuiste un hombre grande, papá. Grande en todas las dimensiones. Y amaste a tu familia como pocos saben hacerlo. A pesar de los desencuentros, de los silencios, de las diferencias, siempre fuiste el guardián de este hogar. El que nunca fallaba.

Te echo tanto de menos. Hoy quiero desearte un feliz día de tu santo, y enviarte, allá donde estés, un abrazo inmenso. Sé que estás en el cielo, porque con tu generosidad, tu entrega, tu rectitud y tu amor incondicional, te lo ganaste con creces.

Gracias por todo, papá.

Visitas: 12

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí