Adéntrate en el misterio: casa abandonada en el sendero de Santibáñez.
El sol de San Fernando, cómplice silencioso, ilumina un lienzo de olvido donde el sendero de Santibáñez se abraza a la línea férrea, un cordón umbilical que une la estación isleña con Cádiz. Mi pulso, acompasado al ritmo de los trenes que van y vienen, me guía hacia un destino. No busco el bullicio de la ciudad, sino el eco silente de lo que fue y ya no es.
Iniciando la exploración
En este rincón indómito del Parque Natural de la Bahía de Cádiz, un susurro constante me llama: el de las casas abandonadas. Decenas de ellas, esqueletos de piedra y argamasa, salpican el paisaje como cicatrices de un pasado incierto. ¿Fueron hogares? ¿Refugios de ganado? ¿Testigos mudos de las salinas? Su estado de ruina, casi onírico, desafía cualquier intento de reconstruir su historia. Muchas, inalcanzables, se resisten a ser más que una silueta en el horizonte, una postal melancólica para el ojo del fotógrafo.
Pero hoy, mi exploración se detiene en la primera de ellas. Apenas unos metros después de iniciar el camino, cerca del apeadero de Río Arillo, se alza un monumento a la desolación. La casa abandonada en el sendero de Santibáñez me recibe con sus muros derruidos, sus entrañas expuestas al viento y al tiempo. El vandalismo, esa pincelada cruel, ha dejado su huella, profanando lo que la naturaleza ya reclamaba. No hay palabras que puedan describir la escena, solo la fría elocuencia de las imágenes que mi cámara capturó.
Galería de fotografías
Esta casa abandonada en el sendero de Santibáñez no es solo un montón de escombros; es un portal a otro tiempo, un enigma silente que invita a la reflexión. Es un recordatorio de la impermanencia, de la capacidad de la naturaleza para reclamar lo suyo y de la efímera huella humana. ¿Qué historias se ocultan tras sus muros caídos? Solo la imaginación, esa intrépida exploradora, puede aventurarse a responder.









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