En el extremo noroeste de la provincia de Almería, cuando la llanura se estrecha y el paisaje se hace montaña, se alza la silueta rota del castillo de Xiquena. La fortaleza corona un cerro sobre el valle del río Corneros, muy cerca del límite provincial, frente a los campos de Vélez Rubio y en el término de Fontanares, pedanía de Lorca.l
Desde sus muros derruidos se dominan los castillos de Tirieza, Vélez Rubio y Vélez Blanco. La vista recuerda que aquí existió una frontera viva durante siglos, una línea de choque entre el reino nazarí de Granada y el reino de Murcia, que hoy comparten historia entre Murcia y Almería.
Origen islámico: una fortaleza de frontera
Los estudios de Juan Torres Fontes sitúan el origen de Xiquena en el siglo XIII. Entonces la frontera con el reino de Granada se fijó de forma estable en esta zona y las autoridades andalusíes levantaron una red de fortalezas para vigilar los pasos naturales hacia los Vélez.
Nació con un claro propósito militar. El castillo de Xiquena controlaba la vía de penetración que ofrecía el valle del Corneros hacia Vélez Rubio y Vélez Blanco. Desde aquí se observaba el movimiento de tropas, rebaños y caravanas que cruzaban la raya fronteriza.
La toponimia también aporta pistas. Algunas interpretaciones relacionan el nombre con un término árabe que alude al “infierno”, quizá por el carácter áspero y seco del paisaje o por la dureza de la vida en la frontera.
La toma castellana y el papel de Alonso Yáñez Fajardo
En 1433 las tropas del adelantado mayor de Murcia, Alonso Yáñez Fajardo, llegaron al cerro. Las crónicas relatan un asedio breve que terminó con la conquista de la fortaleza para la Corona de Castilla.
El adelantado no se conformó con la victoria. Reforzó Xiquena con una nueva muralla y añadió una torre semicircular que reforzaba el flanco más expuesto. El castillo se convirtió así en la avanzadilla castellana frente al reino nazarí.
Durante el siglo XV el enclave tuvo además un papel peculiar. La documentación menciona el “privilegio de homicianos”: determinados delincuentes podían redimir parte de sus penas si servían en esta frontera. Xiquena se llenó de soldados de fortuna, gente dura que conocía bien los riesgos de vivir cara a cara con Granada.
Señores y conflictos: de los Fajardo a los Vélez
Tras la etapa de control directo del adelantado, el castillo cambió de manos. En 1459 Alonso Yáñez Fajardo lo vendió al poderoso marqués de Villena. Este señorío reforzó de nuevo la plaza, consciente de su valor estratégico.
Sin embargo, el mapa político del sureste peninsular cambió con rapidez. La familia de los Vélez, asentada al otro lado de la actual frontera provincial de Almería, aspiraba a dominar todo el espacio de los Vélez y la cuenca alta del Guadalentín. Las tensiones entre los grandes linajes se mezclaron con el final de la Edad Media y, más tarde, con las revueltas de las Comunidades.
En ese contexto, las huestes del marqués de los Vélez atacaron Xiquena. Aprovecharon el clima de inestabilidad de 1520 y arrasaron la fortaleza, que dejó de funcionar como núcleo defensivo de primer orden.
Del declive al abandono del castillo de Xiquena
Tras la destrucción parcial del castillo y, sobre todo, tras la conquista de los Vélez por los Reyes Católicos a finales del siglo XV, la frontera perdió sentido. El riesgo de incursiones se redujo y los recursos se dirigieron hacia nuevas prioridades.
Xiquena quedó en segundo plano. Sin mantenimiento ni guarnición estable, comenzó una lenta decadencia. El viento, la lluvia y el paso del tiempo abrieron grietas. Los vecinos de la zona aprovecharon algunas piedras para corrales y casas cercanas, como sucedió con tantas fortalezas rurales.
En el siglo XX la despoblación de la pedanía y el abandono del campo aceleraron el deterioro. Las ruinas quedaron solas en la ladera, expuestas a derrumbes y a pequeños expolios. La imagen romántica del castillo en lo alto del cerro esconde esta historia de pérdida silenciosa.
Arquitectura: lo que aún se adivina entre las ruinas
A pesar del estado de conservación, el castillo todavía permite leer buena parte de su estructura. La planta se adapta a la forma alargada de la cima. Tiene tendencia rectangular, aunque juega con los desniveles del terreno.
Se conservan tramos importantes de muralla, con restos de almenas y del camino de ronda. Destacan dos torres principales: una circular y otra prismática, situadas en la zona más inaccesible, justo sobre el corte casi vertical que cae hacia el cauce del río. También se identifica la puerta de acceso, que da paso al antiguo patio de armas.
Quien sube hoy percibe el carácter fronterizo del lugar. Hacia el norte se intuye Lorca; hacia el sur, ya en tierras almerienses, sobresalen las sierras y las fortalezas de Vélez Rubio y Vélez Blanco. La geografía explica mejor que cualquier documento por qué alguien decidió fortificar este cerro.
Estado actual y protección legal
Pese a su valor, Xiquena se encuentra en una situación delicada. Hispania Nostra lo incluye desde 2007 en la Lista Roja del patrimonio en peligro, y describe un desmoronamiento progresivo de muros y torres.
A nivel legal, la normativa lo reconoce como Bien de Interés Cultural, con categoría de monumento. El decreto de 1993 de la Región de Murcia y posteriores resoluciones estatales delimitaron su entorno de protección. El Ayuntamiento de Lorca figura como propietario del conjunto, lo que refuerza su responsabilidad en la conservación.
En los últimos años se han sucedido peticiones públicas para consolidar las ruinas y evitar nuevos desplomes, aunque todavía no existe una intervención integral. Mientras tanto, el castillo resiste como puede, sostenido por su propia piedra y por la atención de senderistas y amantes del patrimonio.
Cómo llegar al castillo de Xiquena
El acceso más habitual parte de Lorca. La carretera local que une la ciudad con Vélez Rubio atraviesa la pedanía de La Parroquia y continúa hacia Fontanares y Tirieza. Tras recorrer unos 30 kilómetros desde Lorca, aparece el cerro coronado por las ruinas de Xiquena.
También resulta cómodo llegar desde Vélez Rubio, en la provincia de Almería, siguiendo la carretera hacia Lorca. El castillo se sitúa a unos 10 kilómetros del núcleo urbano almeriense, casi como una puerta natural entre ambas comunidades.
Desde la carretera se toma una pista que se aproxima al cerro. La subida final se realiza a pie y exige una pequeña ascensión por sendero, corta pero empinada. La ruta de senderismo que discurre por el cauce del río Vélez ofrece una aproximación muy interesante, con paso por parajes como Los Churtales o la Rambla de la Noria.
Consejos para la visita del castillo de Xiquena
- Calzado y seguridad. Lleva botas o zapatillas de montaña. La pendiente es fuerte y el terreno pedregoso. No conviene subir con sandalias ni calzado urbano. En el interior de la ruina evita acercarte a muros fisurados o zonas con piedras sueltas. El castillo se encuentra en desmoronamiento progresivo.
- Clima y horario. El entorno sufre veranos muy calurosos y secos. Madruga en los meses cálidos y reserva las horas centrales del día para otros planes en Vélez Rubio o Lorca. En invierno agradeces abrigo y cortavientos.
- Agua y provisiones. No existen fuentes ni servicios en el entorno inmediato. Lleva agua suficiente y algo de comida ligera. La subida se hace corta, pero el paisaje invita a detenerse bastante tiempo.
- Respeto al patrimonio. No arranques piedras ni te subas a los muros. Cualquier pequeño desprendimiento agrava el daño de un castillo ya muy castigado. Recuerda que se trata de un Bien de Interés Cultural y un símbolo de la memoria compartida entre Murcia y Almería.
- Miradas hacia Almería. Aprovecha la visita para observar la continuidad del paisaje. Al sur se despliegan los campos y sierras de los Vélez. Verás, si el día está claro, las siluetas de los castillos de Vélez Rubio y Vélez Blanco, que cierran por el lado almeriense la antigua frontera que Xiquena vigiló durante siglos.
Visitar el castillo de Xiquena no significa entrar en un recinto restaurado ni encontrar paneles museísticos. Significa caminar por un paisaje de frontera, leer en las ruinas una historia de conflictos y alianzas, y comprender cómo un cerro aparentemente modesto controló durante siglos la puerta entre Murcia y el norte de Almería.
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