abrevadero abandonado
abrevadero abandonado

En las tierras áridas y polvorientas que se extendían entre El Puerto de Santa María y Puerto Real, había un antiguo abrevadero para el ganado en ruinas. Este relicto del pasado se mantenía apenas en pie a un lado de la línea férrea, testigo silencioso de tiempos pasados y de una forma de vida que se desvanecía lentamente.

Cerca del parque natural de la bahía de Cádiz y las salinas que abundaban en la región, el abrevadero era un punto de encuentro crucial para los pastores y sus rebaños sedientos. En aquellos días, era común ver pasar ganado entre las salinas, buscando desesperadamente los pocos pozos que ofrecían agua dulce. Los pastores, algunos de los cuales vivían casi todo el año en chozas rudimentarias junto a sus animales, llevaban una vida dura y sencilla, marcada por los vaivenes del clima y los rigores del pastoreo.

Entre estos hombres se destacaba uno en particular, un guardián de los rebaños cuyo nombre era Manuel. De complexión robusta y rostro curtido por el sol, Manuel había dedicado su vida al cuidado de los animales. Desde temprana edad, había aprendido los secretos de la tierra y los caminos del ganado, convirtiéndose en un maestro del pastoreo.

A pesar de los desafíos y sinsabores que la vida en el campo le deparaba, Manuel encontraba una profunda satisfacción en su labor. Cada día, al salir el sol, se encaminaba hacia los pastizales con su rebaño, guiándolos con mano firme hacia los mejores lugares de pasto y agua. A lo largo de los años, había forjado un vínculo especial con sus animales, comprendiendo sus necesidades y cuidando de su bienestar con devoción.

Sin embargo, el paso del tiempo no había sido benigno con el abrevadero. Las estructuras de piedra estaban erosionadas por el viento y la lluvia, y las viejas canalizaciones yacen rotas y desgastadas. A pesar de su estado ruinoso, el lugar seguía siendo un punto de referencia para Manuel y su rebaño, un remanente del pasado que se aferraba tenazmente a la memoria colectiva de la región.

Una tarde, mientras guiaba a sus ovejas hacia el abrevadero, Manuel divisó una figura solitaria entre los restos de la estructura. Era un anciano de aspecto venerable, que parecía haber emergido de las sombras del pasado. Con paso cansado, se acercó a Manuel y le habló con voz suave pero firme.

abrevadero en ruinas en el paraje de las Aletas - fotografía 1
abrevadero en ruinas en el paraje de las Aletas – fotografía 1

“Hace muchos años, cuando yo era joven como tú, este abrevadero era el corazón de estas tierras”, dijo el anciano, señalando los restos a su alrededor. “Aquí venían los pastores con sus rebaños sedientos, y aquí encontraban alivio para su sed y descanso para sus bestias.”

Manuel escuchaba con atención, fascinado por las palabras del anciano. A medida que hablaba, una sensación de reverencia se apoderaba de él, como si estuviera conectando con una tradición ancestral que trascendía el tiempo.

“Ahora que el abrevadero está en ruinas, muchos han olvidado su importancia”, continuó el anciano. “Pero tú, joven pastor, tienes el poder de mantener viva su memoria. Cuida de este lugar como lo has hecho hasta ahora, y nunca permitas que se desvanezca en el olvido.”

Las palabras del anciano resonaron en el corazón de Manuel, quien asintió solemnemente en respuesta. A partir de ese día, redobló sus esfuerzos por preservar el abrevadero, reparando las estructuras dañadas y manteniendo viva la llama de su memoria.

abrevadero en ruinas en el paraje de las Aletas - fotografía 2
abrevadero en ruinas en el paraje de las Aletas – fotografía 2

Con el paso de los años, el abrevadero volvió a cobrar vida, convirtiéndose una vez más en un punto de encuentro para los pastores y sus rebaños. Y aunque el tiempo seguía su inexorable curso, la historia de Manuel y su dedicación al cuidado de los animales perduró en la memoria de la región, como un testimonio eterno de la fuerza y la resistencia del espíritu humano.

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