El Molino de Papel del Centurión, situado en la desembocadura del río de la Miel en Maro, Nerja, es una joya del patrimonio industrial andaluz. Construido a finales del siglo XVIII, este molino representa un testimonio excepcional de la transición hacia una economía ilustrada en el sur de España.
Orígenes y contexto histórico
El Molino de Papel del Centurión nace en un contexto histórico profundamente influido por los ideales de la Ilustración, un movimiento intelectual que en el siglo XVIII impulsó en toda Europa la promoción del conocimiento, el progreso técnico y la mejora social mediante la educación y la industria. En España, bajo el reinado de Carlos III (1759-1788), se incentivaron diversas iniciativas para modernizar el país a través de reformas económicas, agrarias e industriales. Una de estas políticas fue el fomento de industrias esenciales como la producción de papel, un material crucial para la administración estatal, la imprenta, la educación y la cultura en general.
Dentro de este clima de modernización, se inscribe la figura de Manuel Centurión Guerrero de Torres, natural de Nerja (1732-1802), quien, tras hacer fortuna como funcionario colonial en América —en particular en la provincia de Guayana, actual Venezuela—, regresó a su tierra natal con un fuerte espíritu emprendedor y un firme compromiso con las ideas ilustradas. Centurión, dotado de visión estratégica, decidió invertir en una industria que, por un lado, respondía a una necesidad creciente (el aumento de la alfabetización y del consumo de papel) y, por otro, le permitía aprovechar los abundantes recursos naturales locales, como el agua de los ríos y la mano de obra rural.
Espacio elegido para su construcción
El lugar elegido para el establecimiento del molino fue el río de la Miel, en la pedanía de Maro, perteneciente hoy al municipio de Nerja, en la provincia de Málaga. La elección no fue casual: la abundancia y regularidad del caudal del río, un bien escaso en muchas zonas de Andalucía, ofrecía las condiciones ideales para la instalación de un molino hidráulico. A esto se sumaba la orografía adecuada para canalizar y aprovechar la energía del agua, así como la cercanía de la costa, que facilitaba el transporte y la comercialización del producto final.
La construcción del molino, iniciada hacia 1780, se inscribió dentro de las concesiones y privilegios reales que Carlos III otorgaba a los empresarios que apostaban por industrias consideradas estratégicas para el Reino. De hecho, el proyecto de Centurión encajaba perfectamente en los objetivos de estas políticas: generar empleo local, formar mano de obra especializada y aumentar la producción de un bien necesario para el aparato burocrático, educativo y cultural del país.
Espacio adelantado a su tiempo
Desde el principio, el Molino de Papel del Centurión se concibió como una instalación de avanzada para su tiempo. Dotado de dos tinas para la fabricación de papel a mano y tres ruedas hidráulicas, el molino utilizaba la fuerza motriz del agua para mover los mazos que trituraban el trapo viejo (materia prima habitual en la época), produciendo la pasta de papel que luego se transformaba en hojas. Este sistema de producción, heredado de la tradición árabe y adaptado a los modelos europeos más modernos, permitía un nivel de calidad muy apreciado en el mercado.
Espacio de producción y formación
Al igual que otras fábricas contemporáneas como las Reales Fábricas de Papel de El Paular o Capellades en Cataluña, el molino de Centurión no solo era un centro productivo, sino también un lugar de formación. Era habitual que jóvenes de la zona se acogieran como aprendices bajo contrato, comprometiéndose a varios años de instrucción a cambio de manutención y, al término de su aprendizaje, un sueldo o la posibilidad de establecerse como oficiales. Así se garantizaba tanto la continuidad de la industria como la transmisión de un saber técnico valioso en una región donde las oportunidades laborales y educativas eran escasas.
Estos contratos de aprendizaje están documentados en escrituras públicas, donde se detallan las condiciones de la enseñanza, la alimentación, el alojamiento y las obligaciones tanto del aprendiz como del maestro papelero. Algunos de estos documentos conservados son testimonio del impacto que el molino tuvo en la estructura social y económica de la comarca: proporcionó empleo, fijó población rural y abrió nuevas perspectivas para jóvenes que, de otro modo, habrían estado condenados a una existencia de mera subsistencia agrícola.
Molino que absasatecía a muchos centros urbanos de Andalucía
En su momento de mayor actividad, el Molino de Papel del Centurión no solo abastecía al mercado local, sino que enviaba su producción a otros centros urbanos de Andalucía, contribuyendo así a la integración de las economías rurales en las dinámicas comerciales más amplias de la época. De este modo, el molino se erige como un símbolo palpable de la transformación económica impulsada por la Ilustración en el sur de España, una transformación basada en el conocimiento técnico, el aprovechamiento racional de los recursos naturales y la ambición de progreso social.
Funcionamiento y formación artesanal
El Molino de Papel del Centurión operaba siguiendo los métodos tradicionales de la fabricación artesanal de papel, combinados con innovaciones técnicas propias del avance industrial del siglo XVIII. Su funcionamiento estaba basado en el aprovechamiento inteligente de la energía hidráulica, una tecnología que, si bien de raíces medievales, conoció una auténtica revitalización durante la era ilustrada gracias a la mejora de mecanismos y materiales.
Inicio del proceso artesanal
El proceso comenzaba con la recolección de materias primas, principalmente trapos de lino, cáñamo y algodón, que constituían la base para la elaboración del papel. Estos trapos se seleccionaban cuidadosamente y sometidos a un proceso de fermentación controlada para ablandarlos. Posteriormente, se trituraban mediante mazos de madera movidos por la fuerza de las ruedas hidráulicas, que se accionaban mediante el caudal canalizado del río de la Miel.
Esta trituración generaba una pulpa homogénea, que se trasladaba a grandes cubas o tinas. Allí, los operarios, llamados maestros papeleros, sumergían los moldes, generalmente confeccionados en madera y filamentos de metal, en la suspensión acuosa de fibra. Estos moldes, de gran precisión artesanal, permitían formar las hojas de papel de tamaño estándar, que luego se escurrian y prensaban para eliminar el exceso de agua.
Procesos ulteriores de fabricación
Una vez prensadas, las hojas de papel eran cuidadosamente colocadas en bastidores de secado, generalmente en grandes salas abiertas y ventiladas, donde permanecían hasta alcanzar la consistencia y sequedad necesarias. El clima benigno de la costa malagueña favorecía enormemente este proceso de secado natural. Posteriormente, las hojas se trataban con cola animal o vegetal para conferirles resistencia y mejorar su superficie de escritura.
Espacios diferenciados en cada una de las etapas de fabricación
El Molino del Centurión estaba diseñado para optimizar este flujo de trabajo. Contaba con varias plantas y espacios diferenciados para cada etapa de la producción: zona de trapos, sala de mazos, salas de tinas, secaderos y área de almacenaje. Esta distribución interna seguía los principios racionalistas propios de la arquitectura industrial ilustrada, que buscaba maximizar la eficiencia y la productividad respetando las condiciones laborales básicas de los trabajadores.
Espacio destinado al aprendizaje
Además de su función productiva, el molino desempeñaba un papel esencial como centro de formación artesanal. Como parte de su estrategia de sostenibilidad, Manuel Centurión implantó un sistema de aprendizaje estructurado, mediante el cual jóvenes del entorno rural —muchos de ellos de familias humildes— se admitían como aprendices. Estos jóvenes firmaban contratos de aprendizaje, registrados ante escribano público, en los que se comprometían a trabajar y formarse en el molino durante un periodo que solía oscilar entre cuatro y seis años.
Durante este tiempo, los aprendices recibían formación teórica y práctica en todas las fases de la producción papelera. Aprendían desde la correcta selección y preparación del trapo hasta el dominio de la técnica de formado de hojas y la preparación final del papel. La enseñanza era progresiva: en los primeros años realizaban tareas básicas, como la clasificación de materiales, y paulatinamente accedían a labores de mayor responsabilidad, hasta llegar a ser considerados oficiales.
A cambio, el propietario del molino —o el maestro papelero principal en su nombre— se comprometía a proporcionar a los aprendices alojamiento, alimentación y ropa básica, así como asistencia médica en caso de enfermedad, un beneficio poco común en aquella época. Al concluir su formación, los aprendices podían acceder a empleos remunerados en el propio molino o en otros centros papeleros, llevando consigo un conocimiento técnico valioso y certificado, algo especialmente importante en un contexto de escasas oportunidades formativas para las clases populares.
Un empuje a la economía local
Este sistema de formación generaba un efecto multiplicador en la economía local: no solo mejoraba la cualificación de la mano de obra disponible, sino que también ayudaba a fijar población en la zona rural, combatiendo así el éxodo hacia las ciudades. Además, fortalecía la cohesión social, ya que los aprendices formaban parte activa de una comunidad productiva organizada en torno a un objetivo común.
El prestigio de los maestros formados en el Molino de Centurión trascendió las fronteras de la comarca de Nerja. Algunos de ellos fueron posteriormente requeridos en otras fábricas de papel andaluzas, lo que demuestra el alto nivel técnico alcanzado en este enclave. Así, el molino se consolidó no solo como un centro productivo, sino también como un polo de transferencia tecnológica y cultural, coherente con los ideales de la modernidad ilustrada.
Evolución y usos posteriores
Tras la muerte de Manuel Centurión Guerrero de Torres en 1802, el Molino de Papel del Centurión inició una nueva etapa de su historia marcada por los cambios de propiedad, las transformaciones productivas y las alteraciones de uso, reflejando las dinámicas socioeconómicas y políticas que afectaron a España durante los siglos XIX y XX.
Durante los primeros años del siglo XIX, el molino siguió funcionando bajo la dirección de herederos y nuevos propietarios privados. No obstante, la industria papelera artesanal comenzaba ya a mostrar signos de debilidad frente a la revolución industrial que, en países como Inglaterra y Francia, introducía métodos mecanizados de producción. En España, esta transformación fue más lenta, pero terminó afectando también a los pequeños molinos como el de Centurión, que no pudieron competir en coste y volumen con las grandes fábricas mecanizadas surgidas en las grandes ciudades.
Adaptación del molino a nuevas realidades
A pesar de ello, el molino mantuvo su actividad durante varias décadas más, adaptándose en cierta medida a las nuevas realidades del mercado. Una de las estrategias empleadas fue la diversificación de productos: además de papel blanco de calidad, se comenzó a fabricar papel de estraza, un tipo de papel más basto y barato, destinado a embalajes y usos menos exigentes. Esta diversificación permitió al molino sobrevivir en un mercado cambiante y atender la creciente demanda de materiales de empaquetado impulsada por el comercio en expansión.
Sin embargo, a partir de mediados del siglo XIX, las dificultades se acentuaron. La expansión del ferrocarril, la concentración industrial en los grandes núcleos urbanos y la pérdida progresiva de los privilegios fiscales de las manufacturas locales contribuyeron a la crisis de los molinos papeleros tradicionales. El Molino del Centurión, como tantos otros, terminó cesando su producción de papel hacia la década de 1860.
Cierre de la papelera
Tras su cierre como industria papelera, el edificio no fue abandonado de inmediato. Durante los siguientes años, su estratégica localización junto a la costa y su solidez estructural propiciaron una serie de usos alternativos que dejaron huella en su fisonomía y en su memoria histórica.
El molino durante la guerra civil
Durante la Guerra Civil Española (1936-1939), el molino fue reutilizado como arsenal para el almacenamiento de armas y pertrechos. Su situación aislada y su robustez arquitectónica lo convirtieron en un lugar idóneo para tales fines militares. En aquellos años turbulentos, muchos edificios históricos del entorno rural andaluz fueron reconvertidos para usos bélicos, reflejando las necesidades extremas del conflicto.
Posteriormente, durante el régimen franquista, el edificio sirvió como puesto de observación de la Guardia Civil. La cercanía a la costa mediterránea, un área especialmente vigilada debido a las rutas de contrabando y a los movimientos migratorios, hacía del antiguo molino un emplazamiento estratégico. Aunque este uso implicó ciertas modificaciones menores, la estructura principal del molino se mantuvo relativamente intacta.
Abandono progresivo del molino
Ya en la segunda mitad del siglo XX, el molino entró en un periodo de abandono progresivo, aunque su estructura resistente evitó el colapso que afectó a otros edificios industriales históricos. Su supervivencia hasta el presente se debe, en parte, a su construcción sólida y a su ubicación en un entorno natural protegido, hoy integrado en el Parque Natural de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama.
En las últimas décadas, coincidiendo con el auge del interés por el patrimonio industrial y la memoria histórica, el Molino del Centurión ha sido objeto de diversos estudios e iniciativas de preservación. Aunque aún no ha sido sometido a una restauración integral que permita su apertura como espacio museístico, su valor como testimonio de la industrialización ilustrada y de la historia local de Nerja es ampliamente reconocido por historiadores, arquitectos y gestores culturales.
El molino en la actualidad
En la actualidad, el molino se conserva como un elemento patrimonial de interés medio, según las clasificaciones del patrimonio de la provincia de Málaga, y de alto valor paisajístico, debido a su integración armoniosa en el paisaje natural y agrícola circundante. Desde el punto de vista simbólico, representa un hito en la memoria colectiva de la comarca: un monumento a la ambición ilustrada de progreso y a la capacidad de la comunidad local para adaptarse y resistir a través de los siglos.
De cara al futuro, se plantea la posibilidad de su recuperación como centro de interpretación del patrimonio industrial papelero y del entorno natural, lo cual permitiría no solo conservar un edificio singular, sino también activar dinámicas de desarrollo sostenible basadas en el turismo cultural y medioambiental.
Valor patrimonial y estado de conservación
El Molino de Papel del Centurión se considera un bien de interés patrimonial medio y de alto valor paisajístico. Su estado de conservación es notable, manteniendo estructuras originales que permiten apreciar la ingeniería hidráulica y la arquitectura industrial del siglo XVIII.
El edificio se integra armoniosamente en el entorno natural del Parque Natural de las Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama, lo que le confiere un valor añadido tanto desde el punto de vista ecológico como cultural.
Accesibilidad y visitas
Al molino se accede a través de un camino asfaltado que parte de la carretera N-340, con un pequeño aparcamiento gratuito cercano. Su proximidad a la playa del Molino lo convierte en un destino atractivo tanto para los interesados en el patrimonio industrial como para los amantes de la naturaleza.
Galería de fotografías
El Molino de Papel del Centurión es un ejemplo destacado de la industrialización ilustrada en Andalucía. Su historia refleja la intersección entre innovación tecnológica, formación artesanal y compromiso social. La conservación de este patrimonio ofrece una ventana al pasado y una oportunidad para valorar la riqueza cultural e histórica de la región.

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