La fuente del lagarto de Jaén
La fuente del lagarto de Jaén

En el corazón del casco antiguo, entre callejuelas estrechas y casas encaladas, se abre la plaza de la Magdalena. Allí late uno de los rincones más singulares de la ciudad: la fuente del Lagarto de Jaén. No es solo un manantial histórico ni una pieza de piedra donde el agua corre desde hace siglos; es también escenario de una de las leyendas más célebres de Andalucía.

Quien se detiene ante el pilón descubre un espacio donde mito y realidad se confunden. Por un lado, el raudal que abasteció a romanos, musulmanes y cristianos, testigo del paso de generaciones enteras. Por otro, la figura pétrea de un lagarto colosal que recuerda un relato transmitido de boca en boca durante siglos. Cada verano, la ciudad revive esta historia en un ritual festivo que confirma la fuerza del imaginario colectivo.

Visitar la fuente significa acercarse a la esencia de Jaén: tradición, patrimonio y memoria popular en un mismo lugar. Aquí el viajero no solo contempla piedra y agua; escucha un eco antiguo que aún se cuenta en plazas y escuelas, y que sigue marcando la identidad de todo un pueblo.

La leyenda oficial (la versión más contada)

Imagina Jaén en otros tiempos, cuando la vida giraba en torno al raudal de la Magdalena. El agua brotaba fresca, pero nadie se atrevía a acercarse sin miedo. Allí, bajo las piedras húmedas de una cueva, vivía un lagarto tan grande como terrible. Su piel escamosa relucía al sol como hierro bruñido y sus fauces tragaban hombres, animales y hasta rebaños enteros. Cada familia del barrio guardaba en silencio la misma angustia: ¿quién sería la próxima víctima?

Las autoridades ofrecían recompensas, pero nadie quería desafiarlo. Entonces apareció un hombre distinto, un preso condenado a muerte. Sabía que lo esperaba el cadalso, así que pidió un pacto: su libertad a cambio de acabar con la bestia. Los jueces aceptaron, y el pueblo contuvo la respiración.

El reo preparó su plan con astucia. No buscó espadas ni lanzas, sino algo más sencillo. Llenó un saco con pólvora y lo cubrió de pan recién horneado. El aroma se esparció por las calles, irresistible para cualquier criatura hambrienta. Colocó una hilera de bollos desde la fuente hasta la plaza de San Ildefonso, como migas de un destino fatal.

El monstruo salió de su guarida, lento y confiado. Sus fauces devoraban cada pan, y con cada bocado se acercaba al final. Cuando alcanzó el saco, lo engulló de un solo movimiento. Un silencio espeso cubrió la ciudad. De pronto, un estruendo rompió la calma: el lagarto estalló en mil pedazos.

El eco retumbó en los muros de Jaén y el pueblo entero salió a celebrar. El reo recuperó la libertad, la fuente volvió a ser segura y la ciudad se salvó de la sombra que la oprimía. Desde entonces, el raudal de la Magdalena guarda no solo agua, sino memoria. Allí nació la leyenda más viva de Jaén, contada de abuelos a nietos, cada año renovada con música, teatro y vino especiado en honor al héroe sin nombre y al lagarto vencido.

De dónde surge el mito

El lagarto de Jaén bebe del arquetipo mediterráneo del dragón. Las primeras referencias escritas en la ciudad se documentan en el siglo XVII, y los estudios locales lo relacionan con mitos antiguos que viajaron por rutas comerciales y se anclaron en este manantial urbano. Hoy la representación figura en el Atlas del Patrimonio Inmaterial de Andalucía y la ciudad celebra su “Día del Lagarto” entre finales de junio y principios de julio.

La fuente: origen y razón de ser

El raudal de la Magdalena es mucho más que un simple manantial. Su historia acompaña a Jaén desde tiempos romanos. Los arqueólogos coinciden en que ya entonces surtía de agua al primer asentamiento urbano, pues este manantial brota con abundancia desde el subsuelo del cerro de Santa Catalina. Durante la etapa islámica, se convirtió en un punto vital para el barrio de la Magdalena, que se organizó a su alrededor como centro de vida vecinal.

En el siglo XVI, con el avance de la ciudad cristiana, se reforzó su estructura y se levantaron muros de piedra para canalizar el agua. La fuente ha sufrido varias reformas, pero la más significativa llegó en el siglo XIX, cuando se le dio el aspecto monumental que conocemos hoy: un gran pilón semicircular, una portada sobria con el escudo de Jaén y un caño que vierte agua continua. El diseño responde al estilo utilitario y austero de la época, sin ornamentos innecesarios, pero con la fuerza de lo perdurable.

La colocación del lagarto de piedra en 1962, obra de Damián Rodríguez Callejón, marcó un antes y un después. Hasta entonces la leyenda se contaba, se escribía o se cantaba, pero carecía de una imagen física en su escenario original. Desde ese momento, mito y lugar se fundieron. Ahora, al acercarte al raudal, el animal te espera recostado sobre el brocal, con gesto de guardián silencioso.

La elección del emplazamiento no es casual: la fuente encarna el inicio de la leyenda, pues de aquí partía el rastro de panes que condujo a la bestia a su destino. Por eso, además de monumento hidráulico, se convirtió en espacio ritual de la memoria colectiva.

Antes que leyenda hubo agua. El raudal o fuente de la Magdalena abasteció a la ciudad desde época romana y siguió en uso con los andalusíes. Por eso el barrio creció a su alrededor y por eso la leyenda fija aquí su cueva. La portada monumental que hoy vemos es decimonónica y enmarca una alberca semicircular encajada entre muros. El conjunto está reconocido como Bien de Interés Cultural.

¿Quién diseñó el lagarto y por qué está aquí?

En 1962 el escultor jiennense Damián Rodríguez Callejón colocó la figura pétrea del lagarto sobre la fuente, en la misma plaza de la Magdalena. La ciudad quiso hacer visible su mito en el lugar exacto donde transcurre el cuento: junto al manantial. Esa pieza, con el escudo municipal en el pilar, se ha convertido en icono local.

Estado actual y visita

Hoy la fuente de la Magdalena conserva el caño en funcionamiento. El agua fluye clara y fresca, un lujo urbano que mantiene su valor práctico, aunque ya no sea la principal vía de abastecimiento. El conjunto está declarado Bien de Interés Cultural, protegido como patrimonio histórico andaluz. El entorno de la plaza, restaurado en los últimos años, refuerza la sensación de recogimiento: la iglesia de la Magdalena de estilo gótico-mudéjar se alza enfrente y, alrededor, las casas blancas del barrio dan marco al monumento.

Visitarla es detenerse en un rincón donde historia, mito y vida cotidiana siguen unidos. No es extraño ver a vecinos que todavía llenan botellas de agua, turistas que buscan al lagarto con la cámara lista o niños que escuchan, con ojos abiertos, cómo alguien les repite la vieja leyenda.

Si viajas en verano, busca la programación del Día del Lagarto: pasacalles nocturnos, teatro y la “sangre del lagarto”, un vino especiado que Jaén prepara para brindar por su criatura más famosa.

Visitas: 24

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí