En Utrera, frente a la iglesia de Santiago el Mayor, se encuentra el Convento de la Purísima Concepción. Este edificio, fundado en 1577 por Francisco Álvarez de Bohórquez y su esposa Catalina de Coria Maldonado, es el único convento de clausura del siglo XVI en Utrera que continúa habitado desde su fundación por la Orden de las Carmelitas de la Antigua Observancia.
Origen y fundación del convento de la Purísima Concepción
El Convento tiene sus raíces en el fervor religioso y el compromiso social de una de las familias notables de la Utrera del siglo XVI. Francisco Álvarez de Bohórquez, caballero de la Orden de Santiago, y su esposa, doña Catalina de Coria Maldonado, llevaron a cabo la fundación en 1577 con una clara intención espiritual: crear un espacio dedicado a la oración, la clausura y la caridad cristiana, en consonancia con las corrientes contrarreformistas que por entonces impregnaban el mundo católico tras el Concilio de Trento.
En su testamento, fechado en junio de ese año, los esposos manifestaron el deseo de que el nuevo monasterio quedara bajo la Regla de Santa Clara, perteneciente a la Orden Franciscana. La decisión respondía al prestigio y arraigo que la espiritualidad franciscana tenía en Andalucía en aquel momento. Sin embargo, una reflexión posterior, posiblemente influenciada por la expansión del reformismo carmelita impulsado por Santa Teresa de Jesús, les llevó a modificar esa voluntad inicial.
Inicio de la vida conventual
Así, en 1579, apenas dos años después de expresar su primera intención, los fundadores solicitaron a la Orden del Carmen que asumiera el nuevo convento bajo la estricta observancia de su regla primitiva. No se trataba de una decisión menor. Las Carmelitas de la Antigua Observancia vivían con rigor, siguiendo un estilo de vida austero, basado en el retiro del mundo, la oración silenciosa y la clausura estricta. La elección hablaba del profundo anhelo espiritual de los fundadores y del deseo de establecer una comunidad que contribuyera a la regeneración religiosa de su entorno.
El 30 de noviembre de 1580, el convento quedó formalmente erigido como institución carmelita. En esa fecha se firmaron las actas oficiales, y se concedieron las autorizaciones eclesiásticas pertinentes. Las primeras monjas llegaron poco después, procedentes de otros conventos carmelitas de Andalucía, posiblemente de Sevilla o Écija, lugares con comunidades ya consolidadas. Este gesto dotó a Utrera de una presencia espiritual nueva y prestigiosa, y convirtió al convento en un referente religioso para la villa.
Mecenazgo y promoción social
La fundación no solo tuvo un valor devocional. También representó un acto de mecenazgo y promoción social. La construcción del convento, situado en una zona entonces en expansión del casco histórico de Utrera, contribuyó al crecimiento urbanístico de la ciudad. Además, las fundadoras dotaron a la institución de bienes y rentas para su sostenimiento, según era costumbre en la época. El convento recibió casas, tierras y recursos suficientes para asegurar la vida de la comunidad sin depender exclusivamente de limosnas.
Desde el primer momento, el convento fue concebido con clausura perpetua. Las religiosas vivían aisladas del exterior, aunque mantenían cierta relación con la sociedad a través del locutorio y de la portería, donde distribuían dulces, recibían encargos o prestaban servicios espirituales a través de la oración. También se ofrecían misas y otras celebraciones litúrgicas, que podían seguir los fieles desde el exterior de la iglesia o desde las tribunas acondicionadas al efecto.
La figura de Francisco Álvarez de Bohórquez
La figura de Francisco Álvarez de Bohórquez merece especial mención. Su condición de caballero santiaguista y su posición en la sociedad utrerana le permitieron movilizar recursos y apoyos para garantizar la solidez de la fundación. Algunos documentos señalan su participación directa en la elección del emplazamiento y en el diseño arquitectónico del complejo, en colaboración con maestros locales. Aunque el nombre de los arquitectos permanece desconocido, el estilo mudéjar predominante en la iglesia y en las dependencias conventuales revela el uso de técnicas constructivas tradicionales muy extendidas en el sur de España durante los siglos XV y XVI.
Un monasterio que ha sobrevivido a momentos difíciles
Con el paso de los años, el convento sobrevivió a momentos difíciles: la escasez de vocaciones, las guerras, la desamortización eclesiástica del siglo XIX y, más recientemente, la despoblación de los centros religiosos. Sin embargo, ha conseguido mantenerse fiel a su origen y a la visión de sus fundadores. La comunidad de Carmelitas de la Antigua Observancia que lo habita hoy es la heredera de una historia de fe y de compromiso que comenzó hace más de cuatro siglos, cuando un matrimonio de Utrera decidió transformar su devoción en legado.
Arquitectura y arte que atesora el convento de la Purísima Concepción
El convento presenta una arquitectura sobria y austera en su exterior, pero su interior alberga una rica herencia artística. La iglesia es de estilo mudéjar, de una sola nave cubierta por un artesonado de madera con lacería mudéjar en toda su extensión, sin diferenciación de presbiterio. A los pies de la nave se encuentra un coro alto cerrado por el artesonado y un coro bajo de planta rectangular cubierto con bóveda de cañón con lunetos y arcos fajones con yeserías del siglo XVII .
El retablo mayor, una obra destacada del templo, se encuentra tras el altar y precede a la sacristía. Sobre esta última se sitúa la vivienda del sacristán, cubierta por un techo raso. Las dos portadas exteriores, con arcos de medio punto, pilastras, frontón triangular y remates apiramidados, fueron restauradas en el siglo XIX, aunque mantienen la composición original de la época fundacional. A los pies de la nave se alza una espadaña de ladrillo .
Vida Monástica y Comunidad
La vida monástica transcurre en silencio, oración y trabajo. Desde su fundación en 1580, las carmelitas de la Antigua Observancia han mantenido una existencia marcada por la clausura estricta y la fidelidad a la Regla del Carmen, una de las más exigentes dentro del monacato femenino.
La clausura no es solo un espacio físico. Es una actitud espiritual. Las religiosas viven separadas del mundo exterior, no por rechazo, sino para consagrarse de forma plena a Dios. Este aislamiento voluntario busca crear un clima de recogimiento interior, de contemplación continua, donde la oración ocupa el centro de cada jornada.
Ritmo diario
La jornada de una carmelita comienza al amanecer. A lo largo del día, las horas canónicas estructuran su tiempo: maitines, laudes, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. Estas oraciones, tomadas del Oficio Divino, marcan el paso de las horas y se rezan en comunidad, generalmente en el coro bajo de la iglesia conventual. Cada día repiten este ritmo como un acto de fidelidad, de alabanza y de intercesión por el mundo.
Entre oración y oración, las hermanas dedican tiempo al trabajo manual. En este convento, como en tantos otros del Carmelo, la elaboración de dulces artesanales se convirtió en una fuente importante de sustento. Productos como las yemas, los bizcochos y los roscos de vino, preparados con recetas tradicionales, no solo ayudan a la economía conventual, sino que refuerzan la conexión entre la comunidad y la ciudad. A través del torno, las utreranas y utreranos mantienen un vínculo vivo con las monjas, quienes también aceptan encargos, peticiones de oración y donativos.
Formación espiritual
La vida en clausura requiere formación constante. Las religiosas dedican parte de su tiempo al estudio de la Biblia, los escritos de los santos carmelitas —como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz— y documentos del magisterio eclesiástico. La lectura espiritual y el diálogo con la tradición mística del Carmelo alimentan su vida interior y les ofrecen herramientas para profundizar en su vocación.
Además, cada convento carmelita es autónomo. Esto significa que la comunidad se gobierna internamente bajo la dirección de una priora, elegida entre las propias hermanas. La vida comunitaria exige obediencia, pero también escucha, paciencia, diálogo y un fuerte espíritu de fraternidad. No se trata de una convivencia fácil, sino de una escuela de caridad diaria, donde cada una pone sus dones al servicio del grupo.
Silencio y recogimiento
El silencio constituye una de las piedras angulares del Carmelo. No se trata de una mera ausencia de ruido, sino de un espacio propicio para la oración mental, la meditación y el encuentro personal con Dios. Las religiosas lo respetan con rigurosidad, especialmente en determinadas horas del día o en lugares señalados del convento.
Este silencio, junto con la liturgia, configura un modo de vida radicalmente diferente al ritmo exterior. La cultura del “ruido” y la hiperconectividad queda fuera de los muros. Dentro, reina una calma que desconcierta y fascina, porque permite redescubrir los tiempos interiores del alma.
Vínculo con la ciudad
Aunque viven en clausura, las religiosas nunca han estado desconectadas de Utrera. A lo largo de los siglos, han acompañado espiritualmente a generaciones de vecinos, muchos de los cuales acudían al convento en busca de consuelo, consejo o apoyo. El torno se convirtió en un puente espiritual. A través de él pasaban no solo dulces y limosnas, sino también cartas, intenciones, confidencias y esperanzas.
Durante los siglos XIX y XX, cuando muchas órdenes religiosas sufrieron procesos de secularización y pérdida de vocaciones, la comunidad de la Purísima Concepción resistió gracias al cariño del pueblo utrerano. Numerosas familias colaboraron con las religiosas, les ofrecieron ayuda y defendieron la pervivencia del convento como parte de la identidad de la ciudad.
Desafíos actuales
Hoy, como muchas otras comunidades contemplativas, el convento enfrenta desafíos importantes. La escasez de vocaciones jóvenes pone en peligro la continuidad de esta forma de vida. Sin embargo, las hermanas viven esta situación con serenidad, confiando en que Dios sostiene su obra. Además, han comenzado a adaptarse a nuevas formas de comunicación, como el uso de redes sociales y páginas web para difundir su espiritualidad y su labor.
Lejos de desaparecer, la vida monástica carmelita está encontrando nuevas formas de resonar en la sociedad actual. Muchas personas —creyentes o no— se sienten atraídas por la paz que emana de estos espacios. Algunas acuden a retiros, a orar en silencio, o simplemente a comprar dulces, pero siempre salen con algo más: la impresión de haber tocado un misterio profundo, el de una vida consagrada enteramente a lo invisible.
Galería de fotografías
El Convento de Utrera no solo es un monumento histórico, sino también un símbolo de la continuidad de la vida religiosa y cultural en Andalucía. Su arquitectura, arte y la perseverancia de su comunidad monástica lo convierten en un tesoro invaluable que merece ser conocido y preservado para las generaciones futuras

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