En el corazón de Dos Hermanas, en la confluencia de las calles Real Utrera y Santa Ana, se encuentra la Torre del Olivar. Este edificio, discreto pero cargado de historia, forma parte del conjunto de la antigua Hacienda de la Mina Chica y representa uno de los vestigios más significativos del pasado agrícola y cultural de la ciudad.
Origen y función de la torre del Olivar
Para comprender el origen de la Torre del Olivar, primero hay que remontarse al contexto agrario de Andalucía durante los siglos XVII y XVIII. En esta época, la provincia de Sevilla vivió una profunda expansión de su economía agrícola, especialmente en torno al cultivo del olivo. Las tierras fértiles del Aljarafe y de la campiña sevillana, entre ellas las que hoy pertenecen a Dos Hermanas, atrajeron a terratenientes que construyeron haciendas destinadas a la producción y transformación del aceite de oliva.
En ese marco aparece la Hacienda de la Mina Chica, a la que pertenecía originalmente la Torre del Olivar. El nombre de esta hacienda remite a una explotación menor, en contraposición a otras propiedades mayores, como la llamada «Mina Grande». El conjunto se organizaba siguiendo la lógica funcional de las grandes explotaciones agroindustriales del siglo XVIII: almazaras, casas de labor, corrales, almacenes y, en el caso de los propietarios más acaudalados, una torre-mirador.
Propósito de su construcción
La Torre del Olivar se construyó no solo como elemento decorativo, sino con un propósito muy concreto. Desde ella se podía controlar visualmente la extensión de los olivares circundantes. También ofrecía una posición estratégica para vigilar los accesos a la hacienda, en una época en la que el campo sevillano aún presentaba riesgos de bandidaje y conflictos por los recursos.
Por su tipología, esta torre puede clasificarse como un ejemplo de arquitectura civil rural señorial. Su construcción, probablemente a finales del siglo XVIII —como indica la fecha de 1781 inscrita en el friso de la casa contigua—, responde al auge del modelo de hacienda cerrada. Las torres de esta clase no tenían función defensiva militar, pero sí simbólica y práctica: representaban el poder del propietario, funcionaban como atalaya y, en muchos casos, también como retiro estacional para la familia.
Importancia de su localización
Otro rasgo relevante de esta torre es su localización. A diferencia de otras torres rurales que hoy se encuentran en zonas periféricas, la Torre del Olivar quedó integrada con el tiempo en el casco urbano de Dos Hermanas, fruto del crecimiento paulatino de la ciudad hacia el sur. Su permanencia hasta nuestros días la convierte en una rareza, pues muchas de estas construcciones fueron demolidas o absorbidas por nuevas edificaciones.
La fábrica original de la torre se levantó en ladrillo y tapial, materiales típicos de la arquitectura andaluza tradicional. Su cuerpo presenta líneas sobrias y proporciones equilibradas, con huecos de pequeñas ventanas y una cubierta a cuatro aguas. Aunque no se conserva mobiliario ni decoración interior original, la estructura ha resistido con notable dignidad el paso del tiempo, pese al abandono parcial que sufrió durante décadas.
Además de su función agrícola y su valor simbólico, la torre también guarda una dimensión humana muy especial: formó parte del paisaje cotidiano de generaciones de nazarenos. Sus muros han sido testigos de transformaciones sociales, cambios políticos y modos de vida que hoy parecen lejanos, pero que forman parte de la memoria de la ciudad.
La Hacienda de la Mina Chica y Fernán Caballero
La Hacienda de la Mina Chica, a la que pertenece la torre, adquirió relevancia en el siglo XIX cuando la escritora Cecilia Böhl de Faber, conocida por su seudónimo Fernán Caballero, residió allí entre 1822 y 1835. Durante su estancia, escribió obras que reflejaban la vida y costumbres andaluzas, contribuyendo al reconocimiento literario de Dos Hermanas. Una placa conmemorativa en la torre recuerda su paso por la ciudad .
Valor patrimonial y arquitectónico
La Torre del Olivar posee un valor patrimonial que trasciende su mera apariencia arquitectónica. Es uno de los pocos ejemplos en pie de arquitectura rural integrada en el tejido urbano de Dos Hermanas, lo que la convierte en una pieza clave para entender la evolución histórica del municipio. En un entorno en constante transformación, donde la modernización ha sustituido muchos vestigios del pasado, la torre actúa como un anclaje simbólico con la identidad agrícola, nobiliaria y cultural de la ciudad.
Desde el punto de vista arquitectónico, su importancia radica en la pervivencia de elementos originales del siglo XVIII. La torre conserva la esencia constructiva de las haciendas olivareras sevillanas: muros de carga de tapial y ladrillo, huecos reducidos para la protección térmica, una estructura vertical que sobresale del resto del entorno, y un diseño sencillo pero sólido que combina función con simbolismo. Este lenguaje arquitectónico responde a un modelo de hacienda andaluza que se fue estandarizando entre los siglos XVII y XIX, y del cual hoy quedan muy pocos testimonios bien conservados.
La casa adosada a la torre, situada en el número 3 de la calle Real Utrera, refuerza su valor como conjunto patrimonial. Su fachada mantiene un friso con la inscripción «Anno Domini MDCCLXXXI», lo que la vincula cronológicamente con el auge de las haciendas en el siglo XVIII. Este tipo de inscripciones en piedra era común en edificios señoriales, pues reflejaban tanto la antigüedad como la nobleza del propietario.
Azulejo de la Virgen del Mayor Dolor
Uno de los detalles más significativos es el azulejo de la Virgen del Mayor Dolor, que se considera la representación devocional más antigua relacionada con la Semana Santa de Dos Hermanas. Este dato no es menor: en una ciudad donde las hermandades y cofradías juegan un papel identitario, la torre también aparece como punto de conexión entre el patrimonio material y el inmaterial. La imagen, ubicada en una hornacina sobre la puerta, no solo refuerza el carácter religioso del edificio, sino que también lo convierte en un referente para los estudiosos de las tradiciones locales.
El valor patrimonial de la Torre del Olivar no reside únicamente en su historia o en su arquitectura. También está en su capacidad de evocación. Es un bien inmueble que conserva la memoria de un modo de vida vinculado al campo, a la producción del aceite, al paso de escritores como Fernán Caballero, y al desarrollo urbanístico de Dos Hermanas. En su entorno se funden la vida rural del pasado y la ciudad moderna del presente.
Conservación de la torre
Además, su supervivencia tiene un mérito especial. A diferencia de otros elementos patrimoniales que se han perdido por la presión inmobiliaria, la torre logró escapar del derribo gracias a la conciencia ciudadana. En 2014, cuando el Ayuntamiento planteó transformar el entorno en una plaza peatonal, el proyecto incluía la demolición de la casa adosada. Sin embargo, la presión de vecinos, asociaciones culturales, historiadores y partidos políticos logró frenar esa decisión. Esta movilización demostró que la ciudadanía valora su patrimonio, y que la memoria colectiva sigue teniendo un peso real en las decisiones urbanísticas.
Gracias a esa intervención, hoy se puede contemplar el conjunto restaurado, integrado en un entorno urbano renovado pero respetuoso. En 2021, los trabajos de limpieza y conservación reforzaron su estructura, restauraron elementos dañados y devolvieron a la torre un aspecto digno, sin caer en la reconstrucción artificial. Este tipo de intervenciones responsables son fundamentales para garantizar la transmisión del patrimonio a las futuras generaciones.
Proceso de conservación de la torre del Olivar
En 2014, el Ayuntamiento de Dos Hermanas inició un proyecto de remodelación del entorno de la Torre del Olivar. Inicialmente, se contemplaba el derribo de las casas adyacentes para crear una plaza peatonal. Sin embargo, tras las peticiones de partidos políticos, asociaciones y vecinos, se decidió conservar la casa del siglo XVIII junto a la torre, reconociendo su importancia histórica y arquitectónica .
Restauración y puesta en valor
En 2021, se llevaron a cabo trabajos de conservación y limpieza en la Torre del Olivar. Las labores incluyeron la limpieza de paramentos, reparación de zonas con faltas de material, aplicación de jabelga de cal, y restauración de elementos metálicos y de carpintería. Estas acciones han permitido que la torre luzca un nuevo aspecto y se integre armónicamente en el entorno urbano .
Un símbolo de identidad
La Torre del Olivar no es solo un vestigio arquitectónico del pasado; es un símbolo vivo de la identidad nazarena. En su silueta se proyecta la historia de un pueblo que creció entre olivares, donde la vida rural marcaba el ritmo cotidiano y las haciendas eran centros de producción, cultura y religiosidad.
Durante siglos, la torre acompañó el pulso de la ciudad. Fue testigo del tránsito de carros cargados de aceitunas, del eco de las campanas, de las romerías, de los silencios de la posguerra y del bullicio de una ciudad que se modernizaba sin olvidar sus raíces. Su permanencia, en medio de tanto cambio urbano, representa una resistencia serena, un hilo que conecta generaciones.
Para los vecinos de Dos Hermanas, esta torre es un punto de referencia emocional. Muchos recuerdan haber pasado por ella camino del mercado o de la iglesia de Santa Ana. Otros, simplemente, la reconocen como parte de su paisaje diario. Pero todos coinciden en verla como algo propio.
Hoy, restaurada y en pie, la Torre del Olivar encarna el valor de la memoria. No es una ruina del pasado, sino un elemento vivo del presente. Su conservación ha sido un triunfo colectivo que demuestra que el patrimonio no pertenece solo a los libros, sino también a la gente que lo mira, lo cuida y lo siente suyo.


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