ambiente ferroviario
ambiente ferroviario

Recuerdo aquellos días como si el tiempo se hubiera detenido entre silbatos y columnas de humo. La estación se llenaba de un rumor constante, mezcla de voces, ruedas metálicas y resoplidos de locomotoras de vapor. El aire sabía a carbón y hierro. Los niños mirábamos fascinados cómo los trenes entraban majestuosamente en el andén, arrastrando tras de sí un convoy interminable de vagones cargados de ilusiones y mercancías. Estabamos empapados de un vibrante y fascinante ambiente ferroviario.

En Andalucía, cada estación parecía un pequeño mundo. San Fernando, Jerez o Córdoba vibraban con el mismo latido. El traqueteo metálico se confundía con el bullicio de vendedores que ofrecían agua fresca, dulces o prensa a los viajeros. Cada llegada y partida era un espectáculo.

Las despedidas interminables

En los andenes, los relojes parecían correr despacio cuando alguien se marchaba. Las familias se abrazaban con una mezcla de esperanza y tristeza. Algunos prolongaban el adiós hasta que la locomotora se perdía en la lejanía, dejando tras de sí un eco de campana y humo gris.

Los mozos de equipajes corrían de un lado a otro. Acarreaban baúles, maletas de cuero y jaulas con animales. Su agilidad resultaba parte del paisaje. Los carteros también tenían su papel protagonista. De los vagones postales bajaban sacas repletas de cartas y paquetes que alimentaban la comunicación entre pueblos y ciudades. El ferrocarril llevaba no solo viajeros, sino también noticias y esperanzas.

El ambiente ferroviario de hoy

Hoy, al pasar por San Fernando Centro, frente a unas traviesas apiladas en un rincón olvidado, me sorprende el silencio. Los trenes eléctricos llegan sin estridencia, limpios, veloces. Cumplen su función, pero han perdido el carácter teatral de aquellos monstruos de vapor.

A veces imagino cómo habría sido la vida en la estación isleña cuando el humo cubría el cielo. Veo a los niños con la nariz pegada a la barandilla, a los mozos riendo entre cargas, a los viajeros nerviosos consultando billetes. Todo se mezcla con la nostalgia de un tiempo en el que cada estación era un escenario vivo, y cada tren, una promesa de viaje y descubrimiento.

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