En el corazón del casco antiguo de Jaén, específicamente en las inmediaciones de la Calle Hornos Negros (antiguamente conocida como Calle del Horno de los Negros o de los Negros, un lugar donde, según algunos relatos, trabajaron horneros esclavos y libertos), se forjó una historia que va más allá del simple oficio de panadero. En tiempos donde el acceso a panaderías no era tan común, las mujeres de la vecindad amasaban el pan en sus casas y lo llevaban a hornos comunitarios. Estos hornos, centro de vida social y economía doméstica, eran conocidos popularmente por el término con el que se denominaba a la porción de masa que se cocía.
La pieza de masa de pan lista para entrar en el horno, que solía ser del tamaño de un puñado, recibía el nombre de «polla». Cocer esta porción en el horno comunitario tenía un costo, pagado al hornero en dinero o, frecuentemente, en especie. Este proceso artesanal, desde la masa fermentada hasta su cocción, era esencial en la dieta diaria y convertía al hornero en una figura clave del barrio.
Manuel, el Hornero de la «Polla Gorda»
En este escenario de intercambio y trato vecinal, emergía la figura de Manuel, un hornero particularmente conocido. La «polla» de pan era una medida de pago o un elemento crucial del negocio, y como suele suceder en el comercio, la astucia no siempre se quedaba fuera. Algunos clientes, en un intento de economizar, podían intentar entregar «pollas» de menor tamaño al hornero para engañarle con la cantidad.
Ante esta picaresca, Manuel, un hombre de manos grandes y singular destreza, decidió tomar medidas. Se dice que él mismo se encargaba de cortar las porciones de masa, asegurando que las «pollas» tuvieran el tamaño justo y, al parecer, generoso. Debido a la envergadura de sus propias manos, las porciones que cortaba eran notablemente más grandes que el promedio. Esta característica, unida a su orgullo por la calidad y dimensión de su producto, le valió el apodo popular de «Polla Gorda el Hornero». Su fama trascendió, llegando a ser aclamado por una letrilla popular que ensalzaba lo mejor de cada lugar, incluyéndolo a él: «De la mar, el mero. De la tierra, el cordero. De Jaén, Polla Gorda el Hornero.»
El Nacimiento de «¡De Jaén, ni Polllas!»
La leyenda de Manuel toma su giro definitivo, dando origen a la popular exclamación. Un día, tras una jornada de trabajo agotadora, Manuel había vendido la totalidad de su pan. En ese momento, una clienta se acercó al horno con la intención de comprar. Ante la negativa del hornero, la mujer, insistente y quizás frustrada por no encontrar ni una miga, le preguntó si no le quedaba absolutamente nada de pan.
La pregunta de la clienta, formulada con desesperación e ironía, fue: «—¿No tiene barras? —No tengo. —Ni panes, ni barras, ¿ni pollas?«
Esta pregunta final, aludiendo a la última y más pequeña porción de pan disponible, fue el detonante. La frase, cargada de la doble connotación de la palabra «polla» en el habla popular, se ancló en la memoria colectiva. Con el tiempo, la expresión se transformó en la rotunda y orgullosa afirmación «¡De Jaén, ni pollas!».
Hoy en día, esta frase se ha convertido en una seña de identidad inconfundible del gentilicio jienense. Es una respuesta de reafirmación, con un toque de humor y autenticidad, utilizada para dejar muy clara la procedencia. Cuando a un jienense se le pregunta por su origen, a menudo responde con esta exclamación, honrando una tradición y una historia que fusiona el arte del pan con la picardía popular del barrio.
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Curioso e interesante. Gracias por compartirlo.