Bajo la tenue luz de la lámpara en mi aula vacía, la nostalgia navideña se apodera de mis pensamientos. A pocos días de que el año llegue a su fin, me veo reflexionando sobre el camino recorrido, las elecciones que he hecho y las que quizás debería haber reconsiderado. Si pudiera retroceder en el tiempo, susurraría a mi yo del pasado, instándole a meditar más profundamente sobre sus decisiones.
En este momento de introspección, mi mente se llena de imágenes que evocan la posibilidad de haber abandonado el hogar familiar mucho antes de lo que lo hice. Estoy solo en el aula, mis alumnos se han marchado, y aguardo pacientemente el momento de cerrar la puerta y poner fin a mi jornada. Mientras estoy sentado ante el ordenador, mi mente divaga por caminos no tomados, y me sumerjo en fantasías sobre cómo habría sido mi vida si hubiera tomado diferentes decisiones.
La incertidumbre del futuro se cierne sobre mí mientras me pregunto qué depara el nuevo año. La ansiedad se apodera de mis pensamientos, recordándome la volatilidad de la época en la que vivimos. En un instante, la estabilidad económica podría transformarse en dificultades angustiantes. Es momento de dejar de dar vueltas a estas preocupaciones.
Recojo mis pertenencias, apago las luces y cierro la puerta del aula. La soledad del pasillo resuena con mis pasos mientras abandono el centro educativo. Aún me queda una hora antes de tomar el tren que me llevará a la ciudad donde actualmente resido. En ese corto trayecto, mi mente se llena de expectativas y cuestionamientos sobre el mañana.
Mañana será otro día, pienso para reconfortarme. A pesar de la incertidumbre, el nuevo año trae consigo la promesa de nuevas oportunidades y experiencias. Con esa esperanza, me sumerjo en la oscuridad de la noche, listo para enfrentar lo que está por venir.
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Llegó un día en el que nunca más tuve que pisar un aula de enseñanza. Aquel día fue el último de muchos y lo bendigo cada día.
Ante lo venidero, entereza, fuerza y fortaleza. Un abrazo