En un rincón de Jaén se levanta un vigía silencioso desde hace siglos. La torre del cerro Algarrobo vigila aún ruinas y canteras. Fue un punto clave para dominar el paisaje. Hoy aún invita a descubrir la riqueza histórica de esta parte de la provincia.
Orígenes y entorno estratégico del torre del cerro Algarrobo
Para comprender el verdadero valor de la Torre del Algarrobo, primero hay que mirar más allá de su arquitectura medieval. El cerro donde se alza ha sido testigo de la presencia humana desde la Edad del Bronce. Su posición elevada, con amplio control visual sobre el Valle del Guadalbullón y las estribaciones de Sierra Mágina, lo convertía en un punto estratégico natural. El paisaje que hoy parece simple monte de olivar, fue durante siglos una intersección clave entre culturas.
Los restos arqueológicos indican que, mucho antes de que se alzara la torre, el cerro del Algarrobo fue ocupado por los íberos. Concretamente, albergó un oppidum —una ciudad fortificada— que formaba parte del sistema político y defensivo del pueblo ibérico que habitaba el Alto Guadalquivir. Estos oppida servían como núcleos organizativos y defensivos, muy similares en su función a los castros del noroeste peninsular. En este caso, el enclave dependía de Tucci, la actual Martos, considerada una de las ciudades íberas más importantes de la región y más tarde romanizada como Colonia Augusta Gemella Tuccitana.
Las excavaciones y estudios sobre el terreno han revelado estructuras defensivas con tramos de muralla y torreones. La muralla ibérica, construida con grandes bloques de piedra, delimita parte del cerro y muestra técnicas avanzadas para la época. Este tipo de construcciones no solo tenía un uso militar. También representaba poder, control económico y dominio territorial. Además, el entorno ofrecía recursos naturales esenciales: agua, piedra para construcción, tierras fértiles y rutas comerciales.
Tras la romanización, el cerro del Algarrobo parece haber quedado relegado a un papel secundario, en favor de asentamientos más accesibles en el llano. Sin embargo, no perdió del todo su importancia. Los romanos aprovecharon su piedra y posiblemente utilizaron parte de su trazado defensivo para pequeños puestos de vigilancia.
Con la llegada del Islam en el siglo VIII, la comarca vuelve a reorganizarse. Las fuentes arqueológicas apuntan a la existencia de un hins, un pequeño recinto fortificado rural. En el cerro del Algarrobo se han hallado restos de cerámica islámica y estructuras reutilizadas, lo que indica que su posición seguía siendo útil para el control del territorio. Durante los siglos X y XI, Jaén se convirtió en una zona de constante tensión entre distintos reinos de taifas, y la existencia de puntos fortificados menores como este resultaba clave para la defensa agrícola y logística.
Es muy probable que durante el periodo califal y taifa, el cerro cumpliera un doble rol: por un lado, serviría como refugio para la población campesina en momentos de peligro; por otro, como punto de observación para controlar las rutas que atravesaban Sierra Mágina hacia el oeste, en dirección a Martos, y al sur, en dirección a Alcalá la Real y Granada.
Este entorno de constante movimiento, asedio y paso de culturas moldeó el uso del cerro durante más de mil años. La combinación de vestigios íberos, reutilización romana y adaptación islámica convirtió al cerro del Algarrobo en una pieza clave del rompecabezas histórico de la campiña de Jaén. Solo tras la conquista cristiana en el siglo XIII, el cerro cambiaría de manos definitivamente, y con ello, su arquitectura adoptaría nuevas formas, como la torre que hoy da nombre al lugar.
Construcción medieval: atalaya defensiva
A finales del siglo XIII, la Corona de Castilla consolida su dominio sobre esta zona. En 1228, el rey Fernando III dona todo el entorno a la Orden de Calatrava. En ese momento, la torre se erige como atalaya fortificada. Su planta rectangular o cuadrada y muros macizos delatan su función vigilante.
La torre controlaba rutas desde Martos y Fuensanta. Comunicaba señales visuales con otras torres próximas. En caso de ataque granadino, alertaba al resto del territorio.
La torre del cerro Algarrobo en acción
Durante siglos la torre cumplió ese papel. Servía de alerta temprana. Protegía a los campos y caminos. Durante épocas de tensión entre Granada y Castilla, formó parte de una red defensiva. Conservó su rol incluso más allá de la Edad Media .
En la Edad Moderna perdió importancia militar. El enclave quedó en el olvido. La atalaya pasó a formar parte del paisaje. Los agricultores seguían recogiendo olivos y frutos en los alrededores, ignorando los muros antiguos que los guardianes habían dejado atrás .
Reconocimiento y deterioro
La torre saltó de nuevo a la atención pública en 1985. La reconoce como Bien de Interés Cultural. Desde entonces la consideran monumento histórico.
Lamentablemente, los restos sufren agresión. La cantera en la cara norte agrava el deterioro. En los años 80 explotaron dinamita en la zona. Eso causó hundimientos y desplomes parciales .
En junio de 2016, un acto vandálico provocó el derrumbe de parte del torreón. El cronista oficial, Antonio Luis Bonilla, denunció que «700 años de historia borrados de un plumazo». Aun así, persisten restos de la base que recuerdan su existencia secular.
Funciones a lo largo del tiempo
Podemos resumir las funciones de torre y cerro de la siguiente forma:
- Defensa ibérica: oppidum defensivo con murallas y bastiones.
- Refugio árabe: pequeños asentamientos en caso de conflictos.
- Atalaya medieval: torre conectada a la red defensiva de Calatrava en frontera granadina.
- Ruina histórica: pierde valor militar y se integra al entorno.
- Monumento patrimonial: reconocimiento tras décadas, pero con graves daños recientes.
Galería de fotografías
La Torre del Algarrobo sufrió el desgaste del tiempo y la mano del hombre. Sin embargo, aún guarda fragmentos de historia que merece redescubrirse. Fue refugio ibero-romano. Fue atalaya árabe. Luego, torre de frontera medieval. Hoy aguarda protección frente a la cantera y el vandalismo.
Visitarla permite conectar con distintas civilizaciones. Su recorrido histórico nos enseña que los lugares más humildes también encierran memoria. Revivirla como recurso turístico y cultural puede reforzar el orgullo local por el patrimonio andaluz.

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