Caminar por la calle Santo Domingo es recorrer la columna vertebral de la historia portuense. Pero hay un punto donde el barroco cede paso a una elegancia distinta, más sobria y burguesa. Me refiero al número 28, un edificio que muchos miran, pero pocos conocen realmente: la antigua Casa Palacio de la familia Thuillier, el legado francés en Santo Domingo.
Este inmueble no es solo una fachada bonita frente al antiguo Convento; es el testigo de piedra de una época dorada donde el francés se mezclaba con el andaluz en las bodegas de la ciudad.
Los protagonistas: La dinastía Thuillier
Para entender el edificio, debemos conocer a sus promotores. Los Thuillier no eran nobleza rancia local, sino sangre nueva. Llegaron a España en el siglo XIX, procedentes de Francia, atraídos por el imán comercial del Marco de Jerez.
Esta familia representa el auge de la burguesía bodeguera. A diferencia de los Cargadores a Indias de siglos anteriores, que miraban a América, los Thuillier miraban a Europa. Jorge (Georges) Thuillier, figura clave del clan, consolidó un emporio dedicado a la exportación de vinos y brandis. Su éxito comercial demandaba una residencia acorde a su estatus social y poder económico. Eligieron la calle Santo Domingo, la «milla de oro» local de la época, para asentar su linaje.
La arquitectura: Un espejo del siglo XIX
El edificio del número 28 rompe sutilmente con la estética tradicional. Si observas con atención, verás que su arquitectura habla un lenguaje de transición.
La propia parcela narra la transformación urbana de la ciudad. El terreno pertenecía originalmente a la Orden de Predicadores y albergaba las huertas y dependencias auxiliares del convento situado justo enfrente. Los procesos desamortizadores del siglo XIX cambiaron la propiedad de manos eclesiásticas a privadas. La familia Thuillier aprovechó esta coyuntura histórica, adquirió el solar y levantó allí su nueva residencia.
El diseño del edificio rompe con la tradición local anterior. Su estética se aleja del barroco recargado para abrazar la arquitectura doméstica burguesa. La fachada impone su presencia mediante la simetría y una notable sobriedad. El edificio proyecta firmeza y orden. Su estructura busca el confort residencial puro y se distancia de las antiguas casas de Cargadores a Indias, diseñadas tanto para habitar como para almacenar mercancías.
La modernidad industrial define los detalles ornamentales. El hierro fundido de alta calidad protagoniza la cerrajería de los balcones y destaca especialmente en el cierro de la esquina con la calle San Bartolomé. Estos elementos muestran el avance tecnológico de la época. Los grandes ventanales y los techos altos garantizan la entrada de luz y la ventilación cruzada. La casa prioriza la habitabilidad y la higiene sobre las funciones defensivas o comerciales del pasado.
El estado actual: Resistencia silenciosa
Hoy, el edificio mantiene su carácter privado. A diferencia de sus vecinos, como la Fundación Rafael Alberti o el propio Instituto, la Casa Thuillier ha esquivado la musealización pública. Sigue ahí, imponente y hermética.
Su estado de conservación exterior es bueno, manteniendo la dignidad de su traza original. Permanece como un recordatorio de aquel Puerto de Santa María cosmopolita, industrial y vibrante del siglo XIX, donde apellidos franceses, ingleses y montañeses levantaron una ciudad sobre barricas de roble.
La próxima vez que pases por el número 28, no veas solo una casa grande, es el legado francés en Santo Domingo. Mira la ambición de una familia que cruzó los Pirineos para echar raíces en nuestra tierra albariza.


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