A los pies de la sierra de Gibalbín, entre cañadas y arroyos, se levanta el caserío encalado del cortijo de La Torre. Sobre los tejados asoma un volumen recortado, muy transformado, que delata el origen medieval del lugar: la antigua Torre de Pedro Díaz, también conocida como Torre de la Hinojosa.
Hoy el visitante ve olivares, naves agrícolas y una almazara moderna. Sin embargo, bajo ese paisaje tranquilo late una larga historia de frontera, linajes nobiliarios, monjes propietarios y jornaleros. La torre resume, en un solo enclave, muchas de las claves del territorio jerezano.
Un enclave de frontera en la campiña de Jerez
La Torre de Pedro Díaz se sitúa al norte del término de Jerez de la Frontera. Ocupa un pequeño cerro suavemente elevado, al suroeste de la sierra de Gibalbín, dominando un amplio horizonte de tierras de labor.
Durante la Edad Media, estas tierras formaron parte del alfoz jerezano, un espacio de frontera frente a los reinos musulmanes. La torre se integró en una cadena de fortalezas, torreones y atalayas que vigilaban caminos y cañadas. Mantenía contacto visual con la desaparecida torre de Santiago de Fé, en las Mesas de Santiago, y con la torre de Gibalbín, en la cumbre de la sierra. También enlazaba con la torre de Melgarejo, ya más próxima a la ciudad.
Este sistema permitía avisos rápidos. De torre en torre corrían señales de fuego o humo. Jerez conocía así cualquier movimiento enemigo en pocas horas.
Orígenes andalusíes y primera etapa cristiana
Las fuentes no citan al maestro que levantó la torre. Sin embargo, los historiadores coinciden en que su origen se sitúa en época andalusí. La construcción ya existía cuando los castellanos conquistan Jerez en el siglo XIII. Después, la Corona reparte la torre y sus tierras entre los nuevos señores del alfoz. Esa presencia temprana en el repartimiento apunta a una fundación anterior, ligada al control musulmán del territorio.
El propio edificio conserva algunas huellas de esa etapa. En las esquinas y arranques de muro aparecen sillares de cantería bien labrada. En la parte superior se reconoce un alzado de tapial y restos de una cerca que rodeaba el conjunto, como una pequeña muralla. Esa combinación refuerza la idea de una torre andalusí reforzada después por los cristianos.
Tras la conquista, la torre mantiene su papel estratégico. Vigila cañadas importantes, como las de Espera y Romanina, que conectan Jerez con la campiña sevillana. A la vez sirve de apoyo a una explotación agrícola de alto rendimiento, gracias a las buenas tierras y a la abundancia de agua en arroyos y manantiales cercanos.
El donadío de la Hinojosa: Diego Martínez de Hinojosa
Con la repoblación cristiana, la torre y su entorno se convierten en un donadío. La Corona entrega el lugar a Diego Martínez de Hinojosa, rico hombre de Castilla, con casa en Jerez y amplio repartimiento de tierras.
Bartolomé Gutiérrez, cronista jerezano del siglo XVIII, recuerda esta concesión. Describe la torre como “de la Hinojosa” y subraya que pertenece a la familia de caballeros Hinojosas de la ciudad. El propio Diego Martínez figura también en los relatos de la defensa de Tarifa en 1293, cuando Rodrigo Ponce de León dirige la plaza con fuerte presencia de gente jerezana.
En esta primera fase cristiana, el “señor de la Hinojosa” no se limita a cobrar rentas. Desde la torre organiza cultivos, controla rebaños, vigila caminos y aporta hombres y recursos a la defensa de la frontera. La torre se convierte así en corazón de una gran explotación agrícola y, al mismo tiempo, en pieza del dispositivo militar concejil.
De la Hinojosa a Pedro Díaz: el cambio de nombre
Durante el siglo XIV y buena parte del XV, el donadío mantiene el nombre de la Hinojosa, en recuerdo de su primer poseedor. Las fuentes, sin embargo, cambian la denominación a partir de la segunda mitad del siglo XV. Entonces empiezan a hablar de “Torre de Pedro Díaz”.
Todo apunta a un descendiente directo: Pedro Díaz de Villanueva o de Hinojosa. Este personaje suma cargos y honores en la ciudad. Ejerce como mayordomo de Jerez y ocupa la alcaldía de Tempul en 1488, según los estudios de linajes medievales de la zona.
Otras fuentes hablan de “Torre de Diego Díaz”. Las narraciones de la toma de la torre de Lopera en 1474, durante las luchas entre el marqués de Cádiz y el duque de Medina Sidonia, usan indistintamente ambos nombres para el mismo enclave. Las tropas jerezanas parten desde esta torre para apoyar a Pedro de Vera en aquella acción.
El lugar permanece, por tanto, ligado a la nobleza local. Cambia el antropónimo que lo identifica, pero se mantiene el carácter de señorío campiñés con peso político y militar.
¿Quiénes habitaron la torre?
En los siglos de frontera, la torre aloja una pequeña guarnición. Caballeros, hombres de armas y criados conviven con los encargados de la explotación agrícola. Alrededor surgen corrales, chozas, pajares y pequeños almacenes.
Los trabajos del profesor Emilio Martín Gutiérrez sobre el paisaje rural bajomedieval documentan en este sector cultivos de cereal, viña, olivar y huerta. La torre controla así un espacio agrícola muy fértil, donde trabajan campesinos dependientes del señorío.
Con el tiempo, las construcciones crecen. Aparecen nuevas viviendas de colonos y jornaleros. El núcleo adopta la forma de un cortijo complejo, organizado en torno a patios, con la vieja torre integrada en uno de los volúmenes principales.
Del enclave militar al cortijo jerónimo
En el primer tercio del siglo XVI se produce un cambio importante. El monasterio de San Jerónimo de Bornos adquiere el cortijo de la Torre. Este cenobio posee amplias propiedades en la campiña jerezana y considera la finca de la Torre como una de las mayores de su jurisdicción, junto al cercano cortijo de Mesas de Santiago.
A partir de ese momento, la función militar pierde peso. La frontera con el reino nazarí se desplaza hacia el este. El interés principal se centra en la producción agraria. Los monjes jerónimos explotan las tierras con criterios económicos. Amplían la superficie cultivada y refuerzan el papel del cortijo como centro de gestión y almacenamiento.
La antigua torre adopta entonces un uso más doméstico. Sus gruesos muros se aprovechan como granero en altura. Se adosan cuerpos nuevos. La silueta original se difumina tras las reformas, pero el núcleo medieval sigue sosteniendo buena parte del caserío.
Siglos XIX y XX: Zuleta, condado de Torre Díaz y pequeña aldea
El siglo XIX trae la desamortización. En 1820, el cortijo de la Torre sale de manos del monasterio y pasa al mercado. Lo compra Pedro Zuleta, destacado negociante de la Bahía de Cádiz. Su familia, de fuerte impronta liberal y con parte de sus miembros emigrados a Inglaterra, recibe en 1847 de Isabel II el título de conde de Torre Díaz.
La finca crece con la compra de tierras colindantes hasta alcanzar unas 1.800 aranzadas. El Nomenclátor Estadístico de mediados del XIX sitúa al cortijo entre los núcleos agrícolas más poblados del término de Jerez, con 138 habitantes censados. Solo lo superan Mesas de Santiago, Monte Corto y Tabajete.
Junto al cortijo principal se levanta otro más pequeño, La Torrecilla. Ambos forman un auténtico caserío rural, casi una pequeña aldea, con casas de trabajadores, graneros, lagares y eras. La torre medieval ya no se reconoce a simple vista como fortificación. Se confunde con el volumen del antiguo granero de dos plantas que preside uno de los patios.
Durante buena parte del siglo XX, la explotación alterna cereal y viña en las tierras de albariza. Luego, la propiedad apuesta por el olivar y por una moderna almazara, adaptando de nuevo el paisaje productivo del entorno.
Funciones a lo largo de la historia
Si miramos la trayectoria de la Torre de Pedro Díaz, se distingue una clara secuencia de funciones. Si miramos la trayectoria de la Torre de Pedro Díaz, se distingue una clara secuencia de usos que refleja la evolución del territorio. En su primera etapa actuó como atalaya andalusí. Controlaba caminos, cañadas y tierras de frontera. Tras la conquista cristiana se convirtió en centro señorial del donadío de la Hinojosa, ligado al linaje de los Hinojosa, que explotaba las tierras y aportaba hombres a la defensa de Jerez.
En la Baja Edad Media la torre sirvió también como punto de apoyo militar en campañas concretas, como la de Lopera, donde las huestes jerezanas jugaron un papel destacado. Más tarde, ya en el siglo XVI, el enclave se transformó en gran cortijo monástico bajo la gestión del monasterio de San Jerónimo de Bornos. Los jerónimos reforzaron su perfil agrícola y lo organizaron como una explotación de alto rendimiento.
Con la desamortización del siglo XIX la finca pasó a manos de la familia Zuleta, que impulsó una explotación liberal burguesa y vio reconocido su peso con el título de conde de Torre Díaz. Desde entonces el conjunto funcionó como un gran cortijo de campiña, con viviendas de trabajadores, graneros y lagares. En época contemporánea el enclave se consolidó como complejo agrario moderno, orientado al olivar y a la producción de aceite de oliva virgen extra. Así, la torre dejó de ser fortaleza, pero mantuvo siempre un papel central en la organización del paisaje rural jerezano.
En todas las etapas, la tierra y el control del territorio marcan la vida de la torre. Cambian los dueños, se transforman cultivos y edificaciones, pero el lugar sigue vinculado al trabajo agrícola y a la vigilancia del paisaje.
Declive de la torre y retos de conservación
El declive de la torre como fortificación arranca cuando la raya de Granada pierde sentido militar y la artillería moderna hace obsoletas estas estructuras. Los propietarios concentran sus inversiones en lagares, cuadras y almacenes. La torre se recorta, se “domestica” y se integra en el edificio principal del cortijo.
El núcleo agrícola, muy vivo en el siglo XIX, reduce población con la mecanización del campo. Muchas casas de trabajadores se vacían. El mantenimiento se resiente y las partes más antiguas, menos útiles para la explotación, sufren más. Los restos de tapial y la coronación medieval muestran grietas y vegetación espontánea.
Aun así, el cortijo continúa activo gracias al olivar y a la almazara reciente. Esa actividad frena un deterioro mayor, pero no garantiza por sí sola la conservación de la fábrica histórica. Como torre vigía y estructura defensiva, el conjunto se acoge a la protección general del decreto de 22 de abril de 1949 sobre castillos españoles y a la Ley 16/1985 de Patrimonio Histórico Español. Sin embargo, no existe un plan específico de restauración hecho público.
El reto pasa por compatibilizar uso agrícola y preservación. La torre conserva un alto valor testimonial. Resume en su propia piel las distintas capas de la historia rural jerezana.
La Torre de Pedro Díaz hoy: cómo leer el paisaje
Quien se acerque hoy a la zona desde la carretera de El Cuervo hacia Gibalbín encuentra indicadores de “Finca La Torre de Pedro Díaz”. Los carteles anuncian aceite de oliva virgen extra. El camino desemboca en un amplio patio delantero, cerrado por un muro encalado y una portada sencilla. Al fondo se alza la silueta del antiguo granero, sobre la que despunta el cuerpo arruinado de la torre.
Alrededor, los olivares se extienden sobre las albarizas. Las cañadas tradicionales siguen presentes en el paisaje. Los arroyos y pequeños embalses, como la pantaneta de La Molineta o los nacimientos de Los Nacimientillos, recuerdan la importancia del agua en la historia del lugar.
Desde el cortijo se intuye todavía la lógica de la vieja red defensiva. Hacia el norte se recorta la sierra de Gibalbín, con su propia torre. Hacia el sur y el oeste se abrirían las visuales a otras fortificaciones hoy perdidas o muy transformadas. El viajero puede imaginar las hogueras de aviso, los caballos en la cañada y, más tarde, las cuadrillas de vendimia o de siega.
La Torre de Pedro Díaz o de la Hinojosa no se entiende sólo como un edificio. Funciona como un mirador privilegiado sobre la historia de Jerez: la frontera medieval, la construcción del paisaje agrario, la presencia monástica, la desamortización liberal y la agricultura tecnificada actual. Quien se detiene unos minutos ante sus muros lee, en realidad, casi ocho siglos de memoria rural condensada en un mismo cerro.


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