El siglo XVIII es una época de una gran prosperidad comercial para todas las localidades que rodean a la Bahía de Cádiz. Contribuyó a ello no solo su privilegiada situación geográfica, también la vitalidad de su actividad portuaria.
Este progreso económico se vio reforzado en 1717, coincidiendo con el traslado de la Casa de Contratación desde Sevilla a la capital gaditana.
En estos años, El Puerto de Santa María vivió un periodo de esplendor basado en las actividades mercantiles. Además, sucedió un acontecimiento fundamental para la ciudad, que fue que en 1729 perdió su dependencia de la casa de Medinaceli pasando a estar administrada por la jurisdicción real.
En esta época se emprendieron numerosas obras civiles que permitirían mejorar diferentes aspectos en la vida cotidiana de la ciudad. Uno de ellos, fue la iniciativa de facilitar las relaciones y comunicaciones con las poblaciones vecinas. Desde antiguo, existía la necesidad de un puente que cruzara el río Guadalete, permitiendo el tránsito terrestre de personas y mercancías. Se han encontrado, no obstante, referencias a un puente romano que comunicaba el «portus Gaditanus» a través de la denominada Vía Augusta.
En 1779 se realizó el puente de San Alejandro y, años más tarde, en 1846, uno muy novedoso, obra de un ingeniero francés. Este era una estructura colgante de hierro sostenida por varios cables metálicos que, a su vez, pendían de cuatro grandes cilindros de fundición. La historia de este puente estuvo plagada de desgracias, no en vano se desplomó en 1877 sin que, afortunadamente, hubiera que lamentar víctimas en aquel accidente.
No fueron estas las únicas iniciativas de unir ambas orillas del río. Una de ellas, empero, provocó una terrible tragedia, costando la vida de muchísimos portuenses.
En la actualidad, se conservan aún tres de los pilares del último puente que prestó servicio en la ciudad antes de ser desmantelado.
Os comparto algunas fotografías de esta parte de El Puerto de Santa María.
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