El viento salobre de la bahía de Cádiz sigue trayendo susurros del pasado, pero el vaporcito, aquel entrañable buque que antaño surcaba estas aguas con turistas y lugareños a bordo, ya no está para escuchar. Su silueta, que en otros tiempos fue sinónimo de vida, hoy yace en un varadero del río Guadalete, reducido a un armazón de madera castigado por el tiempo y el abandono. No puedo resistirme a explorar las entrañas del vaporcito.
Desde el exterior, el espectáculo es desolador: maderas astilladas, restos de pintura descolorida y el eco del olvido resonando en cada tabla carcomida. Sin embargo, algo en su decadencia sigue atrayendo miradas, como si el barco se resistiera a desaparecer del todo, como si entre sus ruinas quedaran atrapadas las risas, las conversaciones y las historias de quienes alguna vez viajaron en su cubierta.
Mi curiosidad fue más fuerte que la tristeza de verlo en ese estado. Quise ir más allá de lo evidente, escarbar en su esqueleto y descubrir qué secretos ocultaban las entrañas del vaporcito. Sabía que adentrarme físicamente era imposible: su estructura, frágil y desmoronada, no soportaría el peso de un explorador imprudente. Así que, improvisando con una pequeña cámara, la deslicé a través de los innumerables huecos de su casco y esperé, ansioso, a que la lente revelara lo que el tiempo había ocultado a los ojos de la gente.
Lo que encontré fue un cuadro a medio camino entre la descomposición y la poesía. En la bodega, donde antaño se resguardaban los equipajes y las ilusiones de los pasajeros, ahora solo hay sombras y silencio. La madera ennegrecida por la humedad se enreda con los vestigios de antiguas estructuras, formando un laberinto de vigas torcidas que parecen susurrar historias en voz baja. Clavos oxidados se aferran a los tablones como si se negaran a soltar los recuerdos que alguna vez sujetaron.
Los reflejos de la luz que lograban colarse por las rendijas dibujaban caprichosas figuras en la penumbra. Aquí y allá, se adivinaban fragmentos de la vida que un día bullía en estas entrañas: un trozo de cuerda deshilachada, tal vez de alguna amarra olvidada; una botella de vidrio, sucia y velada por el polvo del tiempo; restos de un cartel medio descompuesto, del que apenas podía leerse «Bienvenido a bordo».
El aire encerrado olía a salitre rancio, a madera podrida, a historia detenida en el tiempo. No podía evitar imaginar los días gloriosos del vaporcito, cuando la bodega vibraba con la risa de los niños, los murmullos de los enamorados y el bullicio de los viajeros. Ahora, su alma naufraga en la inercia del olvido, un gigante dormido que, a pesar de todo, sigue siendo testigo mudo de incontables travesías.
Al revisar las imágenes capturadas, supe que mi pequeña incursión no había sido en vano. Cada fotografía era una ventana a una historia inconclusa, a un capítulo que merecía ser contado. Aquí las comparto, no solo para satisfacer la curiosidad de quienes, como yo, se niegan a dejar morir los recuerdos, sino para rendir homenaje a este viejo navegante que, a pesar de su deterioro, sigue flotando en la memoria de quienes alguna vez fueron parte de su viaje.











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Donde esta este banco
Es un viejo varadero que hay en el río Guadalete, justo al lado del centro de salud de la avenida Bajamar.