Mi intención era esperar pacientemente hasta que el sol, en su lenta despedida, comenzara a sumergirse en el horizonte, tiñendo el cielo con sus últimos destellos dorados. Había elegido como escenario el encantador puerto deportivo de Puerto Sherry, un rincón donde la brisa marina susurra historias de navegantes y el aroma salino impregna el ambiente con una sensación de libertad. Descubro, en esta galería la belleza del velero en Puerto Sherry.
Quería capturar ese instante efímero en el que la luz transforma la escena en un cuadro de contrastes y reflejos. Mi mirada se fijaba en dos protagonistas innegables: el faro, con su silueta imponente recortada contra la paleta ardiente del ocaso, y un velero solitario, amarrado con una elegancia melancólica en uno de los muelles.
Imaginaba la composición perfecta: el faro como testigo inmóvil del tiempo, el velero como símbolo de viajes soñados y la luz del crepúsculo envolviéndolo todo en un resplandor dorado. Quería que la fotografía transmitiera más que una imagen; que evocara sensaciones, que hiciera sentir el susurro del viento en las velas, el crujir de la madera bajo los pies y la quietud de ese instante en el que el día y la noche se rozan fugazmente.
Aguardé, con la cámara lista y los sentidos despiertos, absorbiendo cada matiz de color, cada reflejo sobre el agua. El momento llegó, y con un disparo, intenté atrapar la magia efímera de aquel atardecer en Puerto Sherry.





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