La ciudad de El Puerto de Santa María alcanzó su esplendor entre los siglos XVII y XVIII gracias al comercio transatlántico. La administración imperial y los cargadores a Indias, ricos comerciantes vinculados a América, establecieron sus palacios junto al río Guadalete. En ese lugar se edificó la antigua aduana de El Puerto. Ese dinamismo convirtió a la ciudad en la “Ciudad de los Cien Palacios”.
Ese auge impulsó la creación de una infraestructura portuaria moderna. El suelo en la ribera atrajo edificaciones con uso comercial, administrativo y productivo. En ese marco surgió la futura aduana, inicialmente concebida para la fabricación de licores.
2. Origen: Real Fábrica de Aguardientes y Licores (1797–1818)
En 1797, el Estado español eligió un solar entre las calles Micaela Aramburu, la avenida de la Bajamar y Maestro Domingo Veneroni, para erigir la Real Fábrica de Aguardientes y Licores. El terreno ya había alojado las casas del comerciante sevillano Pedro Pumarejo y de Gilberto de Mels.
Dos años después, en 1799, la fábrica inició la producción de aguardientes anisados, licores secos, anisete y mistelas. La pluma oficial indicaba la utilización del agua pura del manantial de La Piedad, base de la calidad de los productos.
El edificio reflejó la estética neoclásica impulsada por la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su volumen austero y elegante lo convirtió en uno de los mayores exponentes del neoclasicismo en la Bahía de Cádiz.
3. Transición: cierre y conversión en aduana (1818 aprox.)
En 1818, el Estado renunció a gestionar directamente la producción de licores, por lo que la fábrica cerró. Desde entonces, el edificio cobró una nueva función: se transformó en Aduana Real. La planta baja se destinó a almacén de mercancías; las plantas superiores alojaron las oficinas y las viviendas de los funcionarios aduaneros.
Así el espacio empezó a marcar la frontera entre el puerto y el interior urbano, sirviendo como puerta fiscal y administrativa. El edificio mantuvo su imponente presencia junto al paseo ribereño, aunque su uso cambió por completo.
4. Siglo XIX y XX: relevancia portuaria y deterioro
Durante el siglo XIX, la aduana jugó un papel crucial en el control del tráfico de bienes, especialmente vinos y brandies provenientes de bodegas locales, como Terry, Osborne o Caballero. La instalación fiscal facilitó la expansión de la industria del aguardiente y brandy, elemento distintivo de la economía regional .
En el siglo XX, la zona se transformó. El edificio perdió protagonismo a medida que el puerto fue modernizándose y trasladando operaciones. La aduana cayó en desuso, y el inmueble permaneció abandonado. Los balcones crecieron árboles, las cubiertas se dañaron, y la estructura mostró señales claras de deterioro .
Durante ese proceso, nacieron historias singulares entre sus muros. Por ejemplo, en la primera mitad del siglo XX hubo un bar-taberna llamado “La Lucha” instalado en los bajos. La suya fue una presencia pintoresca y arraigada en el barrio: testimonio de la vida local y del ambiente marinero portuense.
5. Siglo XXI: proyecto de rehabilitación y revitalización urbana
En 2024, el Ayuntamiento, bajo la alcaldía de Germán Beardo, anunció un ambicioso plan de intervención. De forma urgente, se apuntalaron zonas deterioradas y limpió la fachada. Se colocó protección en calle para evitar riesgos. Este es solo el primer paso hacia una rehabilitación integral.
El inmueble, clave en el casco histórico, pertenece actualmente a la empresa Palacio de la Aduana S.L. Su proyecto busca volver a poner en valor un espacio ligado al origen comercial de la ciudad. La idea incluye usos culturales y turísticos que integren la vida local con el patrimonio portuense.
El ayuntamiento considera esta restauración un revulsivo para el centro urbano, en coherencia con el plan PEPRICHYE, que certifica la recuperación de edificios históricos en El Puerto.
6. Arquitectura y valores patrimoniales
La antigua aduana destaca por su sobriedad neoclásica. Presenta fachadas simétricas, portales con arcos en la planta baja y generosas ventanas rectangulares en el piso superior. Las bóvedas sostenían el peso de la mercancía sobre la planta baja, mientras los pisos superiores sirvieron como viviendas y despachos .
La inmensa escala del edificio contrasta con su ornamentación contenida, característica del neoclasicismo tardío. Igual de destacable resultó el diseño interior que priorizó funcionalidad logística: amplios espacios al servicio del comercio, almacenaje y control fiscal .
Dentro del entorno del paseo fluvial del Guadalete, representa un hito visual. Su proximidad al río le confiere protagonismo en las postales urbanas y eleva su valor como testimonio vivo del pasado marinero.
7. Valor actual y perspectivas futuras
La rehabilitación integral está en fase inicial. El proyecto promete convertir el edificio en plataforma cultural y social abierta al público. Los promotores proponen espacios expositivos, salas polivalentes e incluso locales de hostelería. Todo ello con la vocación de vincular el pasado portuario con la vida contemporánea.
Además, su reactivación reforzará el eje peatonal del paseo fluvial y dinamizará el centro histórico. Al hacerlo, el Ayuntamiento y el propietario privado esperan atraer visitantes y consolidar las sinergias del casco antiguo .
8. Galería de fotografías
La antigua aduana de El Puerto de Santa María reúne la memoria de su pasado comercial, industrial y fiscal. Nació en el auge portuario como fábrica de licores, se convirtió en puerta aduanera, experimentó el abandono urbano y ahora renace como símbolo del patrimonio local.
Su restauración permite fusionar distintos ámbitos: arquitectura, historia económica y ciudadanía. Convertirá un fragmento de historia olvidada en un recurso cultural activo y vivo. Esta transformación apuesta por una ciudad que reconozca su historia, la cuide y la integre en su devenir urbano.



Patio interior de la antigua aduana portuense


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