Existe una equivocada percepción, a mi juicio y por mi experiencia vital, de esta tendencia actual de que los padres sean amigos de sus hijos.
Cuestiona la psicología moderna, que apenas cuenta con tres o cuatro décadas de antigüedad, no puede contradecir una relación milenaria entre los padres y sus hijos, probado por todas las civilizaciones.
Las actuales tendencias no son más que un trágico error de concepto o una mala definición de lo que es la amistad. Y las consecuencias apenas la estamos viendo ahora, pero, de seguro, amenazan con destruir la institución más importante de la sociedad: la familia.
La educación moderna no debería cuestionar conceptos tan básicos como que los padres no pueden nunca ser amigos de sus vástagos. La amistad es una relación entre iguales, por el contrario, la que se establece entre los progenitores y sus hijos es muy diferente, es una jerarquía.
Cuando un niño se desarrolla, camino de la adultez, necesitará en muchas ocasiones apoyarse en una figura de autoridad superior y fuerte, que le guíe en su desarrollo personal y emocional.
Realmente, nunca fuimos amigos de papa, de ninguna manera. En mi generación, nuestros padres y abuelos fueron siempre una figura de respeto que va más allá de la simple amistad, mucho más sólido.
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