Hoy me gustaría compartir en mi blog una pequeña reflexión sobre esa incomodidad que, en muchas ocasiones, percibimos cuando tenemos que enfrentarnos a las relaciones sociales cotidianas. Debo confesar que yo mismo siento con fuerza esa inseguridad que se manifiestan a la hora de encarar algunas situaciones sociales que acontecen a lo largo del día.
Diría que esta molesta sensación es un mal compañero de viaje. No en vano, si no tienes un control sobre lo que algunos llaman inteligencia emocional, puede arruinarte oportunidades personales o laborales a lo largo de tu vida.
Ese miedo irracional a sentirte juzgado o rechazado puede llevarte a generarte una sensación de ansiedad, tanto en los momentos previos como posteriores.
Y, aun cuando este tipo de temores son irracionales, también es cierto que saberlo no es lo mismo que sentirlo. Puedes ser consciente de que no te aportará nada sentir estos miedos, más aún, esforzarte por controlarlos y superarlos. Sin embargo, no siempre puedes lograr racionalizar tus relaciones con los demás. Tu estado de ánimo es frecuente que te lleve a caer en una espiral de sentimientos negativos que, incluso, podrán exteriorizarse y ser percibidos por quienes te rodean.
Estas emociones suelen ir acompañadas de una baja autoestima. En muchos casos, esta será la causa de que tengas dificultar para establecer relaciones sanas con tu entorno social.
Superarlo no es, en absoluto, fácil. Está demostrado que nuestro cerebro está programado para suponer que la gente nos está mirando, incluso cuando no lo hace. Además, este tipo de sensaciones negativas, se suele interpretar que esas miradas van acompañadas de prejuicios.
Para superarlo, puedes adoptar las estrategias de cambiar lo que piensas o, aceptar lo que piensas. En el primer caso, implica sustituir tus pensamientos negativos por otros más realistas. En la segunda, se trata de aceptar la posibilidad de convivir con ellos sin que por este motivo te afecten.
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