garrote vil
garrote vil

Juan Pedro Silverio Sepúlveda, una sombra de consciencia en un mundo sin sensaciones, reflexionaba sobre su vida desde un estado de paz indescriptible. En su narración, compartía los recuerdos grabados en su memoria, una vida marcada por la miseria y decisiones equivocadas.

En Atalaya de Cañavate, Juan Pedro había cometido un acto irreparable al quitarle la vida a un vecino. Su destino lo llevó a la cárcel de Ceuta, tras haber sido conmutada su condena a muerte, donde una cadena perpetua lo condenó a días interminables tras las rejas. La libertad se volvió su obsesión, y conspiró para escapar, lográndolo por un breve tiempo antes de ser recapturado.

La segunda condena llegó injustamente, acusado de un crimen que no cometió. El karma, como castigo por su rebeldía, lo condujo al garrote vil en la cárcel real de Cádiz. Aunque el pueblo clamó por su indulto, la maquinaria de la muerte esperaba pacientemente.

Los gaditanos, ciudadanos y notables, se opusieron vehementemente al destino de Juan Pedro. Sin embargo, la maquinaria del garrote no cedió ante sus ruegos. El verdugo fue recibido con pedradas, pero el camino hacia el patíbulo era inevitable.

Juan Pedro caminó hacia su destino con dignidad y calma, rodeado por un perturbador silencio. El verdugo preparó la maquinaria y, en pocos minutos, su vida llegó a su fin. Aquel 12 de noviembre, Juan Pedro Silverio Sepúlveda se convirtió en el último reo ajusticiado por garrote vil en la ciudad de Cádiz.

Así concluyó su desdichada vida, dejando una marca en la historia como el último en enfrentar la máquina de la muerte en aquel lugar. La sombra de Juan Pedro continuaba su existencia, ahora en un estado de paz eterna, reflexionando sobre los eventos que lo llevaron a ese momento final. Su historia, entre la miseria y la tragedia, quedaba grabada en la memoria colectiva, un testimonio de los tiempos oscuros que vivió.

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