leyenda del Abuelo de Jaén
leyenda del Abuelo de Jaén

En las tierras cercanas al Puente de la Sierra, se teje una leyenda que ha cautivado los corazones de generaciones. Se cuenta que un anciano de aspecto venerable que, en un atardecer teñido de nostalgia, llegó a una humilde casería. Se presentó como un peregrino errante, un alma en búsqueda de redención y consuelo en los caminos del mundo.

Con la bondad en sus ojos y la sencillez en sus palabras, el anciano solicitó refugio bajo el techo de aquel hogar, que los caseros, con generosidad cristiana, le otorgaron sin dudarlo. La noche cayó como un manto oscuro sobre la tierra, y mientras compartían sus historias y anhelos junto al fuego crepitante, el anciano reparó en un robusto tronco de encina que reposaba en un rincón de la casería.

“¡Qué hermosa imagen de Jesús se haría de él!”, exclamó el anciano con fervor. Y así, con una promesa susurrada en la penumbra, propuso esculpir la imagen durante la noche, si tan solo le permitían trabajar en soledad, sin perturbaciones.

Los caseros, con curiosidad y respeto, llevaron el tronco a una estancia apartada y dejaron al anciano con su tarea, acompañado únicamente por la luz vacilante de un candil y sus propios pensamientos.

Cuando el sol asomó tímidamente por el horizonte y el día despertó, los caseros, inquietos por el silencio que emanaba de la habitación, decidieron asomarse. Con asombro y reverencia, descubrieron que el anciano había desaparecido, dejando en su lugar una imagen conmovedora de Jesús Nazareno, que brillaba con una luz divina en el centro de la estancia.

Este prodigio fue aceptado como un milagro celestial, y la imagen encontró su hogar en el convento de los PP. Carmelitas Descalzos, donde se convirtió en el faro de la devoción de los fieles. En honor a este acontecimiento, la casería pasó a ser conocida como “Casería de Jesús”, un recordatorio eterno de la gracia que había descendido sobre aquel lugar humilde.

Otra versión de la leyenda, arraigada en los mismos terrenos de la casería, narra la historia de un mulo inquieto y un muro que se derrumba, revelando una imagen sagrada iluminada por la luz de una lámpara de aceite.

Sea cual sea la versión que se prefiera, la esencia de la leyenda persiste en el alma del pueblo, tejida en los hilos del tiempo y alimentada por la fe de quienes la cuentan. Y aunque las variantes puedan multiplicarse como los brotes en primavera, la verdad que subyace es la misma: un testimonio de la gracia divina que tocó la tierra en forma de una imagen tallada en madera, en una noche que nunca será olvidada.

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