historias perturbadoras como médico rural
historias perturbadoras como médico rural

Era uno de mis primeros días como médico en el pequeño pueblo rural al que había sido destinado. La perspectiva de ayudar a la comunidad me llenaba de emoción y anticipación, pero nunca imaginé que mi primera visita a una de las casas del pueblo sería tan inolvidable.

La casa a la que me dirigía parecía sacada de un cuento de terror: vieja, ruinosa y con un aura de abandono que envolvía cada rincón. Las calles estaban apenas iluminadas por faroles que parecían luchar contra la oscuridad de la noche. El empedrado bajo mis pies crujía con cada paso, como si también estuviera cargado de historias olvidadas.

Cuando llegué a la puerta de la casa, me aseguré de que la dirección fuera la correcta. Toqué el oxidado llamador de madera y esperé, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Una mujer de aspecto sombrío y mediana edad me recibió con gestos silenciosos y me invitó a entrar.

La casa era un reflejo de su exterior: antigua, sucia y casi desprovista de muebles. La atmósfera estaba cargada de un aura de misterio que me hacía sentir incómodo, pero mi deber como médico me impulsaba a continuar.

Subimos por una estrecha escalera hasta a una habitación oscura, donde una anciana yacía en una cama, luchando por respirar.

Al llegar, sentí un escalofrío recorrer mi espalda. La escena era desoladora: la débil luz de la lámpara de aceite apenas iluminaba el rostro pálido y arrugado de la enferma. Sus ojos parecían buscar desesperadamente algo en el vacío, como si estuviera atrapada en un mundo entre la realidad y la ensoñación.

Comencé mi examen médico, pero cada minuto que pasaba, sentía que la atmósfera se volvía más opresiva. Me acerqué con cautela, consciente de la gravedad de la situación.

Traté de contener el nerviosismo mientras revisaba sus signos vitales. La tensión en la habitación era palpable, como si estuviera cargada con la energía de un pasado desconocido. Mis manos temblaban ligeramente mientras tomaba el pulso débil de la anciana.

En un momento de instinto, saqué el rosario que siempre llevaba conmigo, buscando un poco de consuelo en aquel entorno perturbador.

Justo en el momento en que tomé el rosario, la anciana se incorporó de manera abrupta, gritando palabras que helaron mi sangre: ¡suelta a mi enemigo!. Me quedé petrificado mientras ella me miraba fijamente, con una expresión de furia que no podía comprender.

La mujer que me había guiado hasta allí permanecía en silencio en una esquina de la habitación, con una mirada de desprecio dirigida hacia mí. La escena era surrealista, como sacada de una pesadilla.

Decidí terminar mi trabajo lo más rápido posible y recomendar un medicamento a la joven mujer. Ella me indicó el camino hacia la salida sin decir una palabra. Al abandonar la casa, sentí un alivio inmenso al alejarme de aquel lugar cargado de misterio.

Días después, supe que la anciana había fallecido, pero su muerte no fue como la de cualquier otra persona del pueblo. No fue enterrada en el cementerio ni recibió los servicios religiosos habituales.

La experiencia surrealista me persiguió durante mucho tiempo, y nunca volví a poner un pie en aquella casa. Aunque no fui requerido, agradecí no tener que regresar a enfrentarme a los misterios que encerraba ese lugar.

Fue, sin duda, una de las experiencias más extrañas y perturbadoras de mi vida como médico en aquel pueblo rural.

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