Nos remontamos a la época en la que servía de sacristán en el Convento de las Hermanas Trinitarias un vecino de Martos: Paquito Domínguez. Según contaba él, existía guardada en un arcón una talla que la conocían con el nombre de Virgen de la Victoria. Probablemente propiedad de una de las monjas que habitaban en el convento.
Esta imagen era prestada durante los días en los que se celebraba la fiesta de San Bartolomé al sacristán de Santa Marta, llamado Mariano. En la ermita del venerado santo era colocada hasta que, finalizada la celebración, retornaba al convento trinitario. En una de estas idas y venidas, el sobrino de Mariano se ofreció a rehacer el vestuario de aquella Virgen que, por motivos obvios del paso de los años, ya se encontraban muy deteriorados.
Se vivían momentos muy difíciles y, poco tiempo después, comenzaría la guerra civil en España que tanta tragedia y amargura trajo consigo. Ocurrió que, en uno de los frecuentes registros de los milicianos, la imagen de la Virgen quedó oculta tras una puerta, salvándose de la destrucción que en aquellos días eran destinados muchos objetos de naturaleza religiosa. La efeméride que estoy narrando, fue considerada como un acontecimiento milagroso para quienes lo vivieron.
Esa misma noche, un hermano de Antonio, Juan María García Caballo, envolvió la imagen de la Virgen en una manta y se la llevó a su casa. Por el temor de que fuera destruida, fue ocultada con otras en una alacena. Seguidamente, fue tapiada. Así permaneció hasta que finalizó la contienda civil.
En los días de posguerra en los que todos intentaban a duras penas volver a una normalidad, aún en unos momentos llenos de privaciones y estrecheces, llegó nombrado como párroco de Santa Marta don Martín. A él se le llevó las imágenes que habían sido salvadas de la forma que cuento y devueltas a la Iglesia para su culto.
Durante una jornada de campo, en el paraje conocido como Molino Bordo, los hermanos García Caballo especularon sobre la idea de fundar una cofradía en la que la titular fuera la Virgen de la Victoria. Con la colaboración del párroco, se creó la hermandad a imagen de la Virgen de la Cabeza, una cofradía muy antigua en Jaén, tanto que hay referencia de ella en los textos escritos por Cervantes.
El primer presidente de la cofradía fue Antonio García Caballo. La primera romería tendría lugar en 1940. Su sede sería la ermita de San Bartolomé. La fiesta consistía en una novena, celebrada en Santa Marta, a donde era trasladada la imagen en andas. Se designó como día principal el primer domingo de mayo. Sin embargo, a causa de que en una ocasión coincidió con la fiesta del patrón de Martos, San Amador, se decidió trasladar el festejo al segundo domingo.
El sábado previo, desde la iglesia de Santa Marta, se iniciaba la romería, en la que la imagen era trasladada en una carreta tirada por bueyes. La procesión recorría todo el pueblo, finalizando de nuevo en su ermita. Al día siguiente, domingo, después de la fiesta religiosa, los marteños se dirigían al calvario en donde había un día de convivencia. La explanada a los pies de la Peña era una propiedad privada. Se conocía como paseo de Magdalenita Martínez. Aún con todo, se instalaban diversos puestos y casetas.
Como nota anecdótica, en una ocasión la imagen de la Virgen fue llevada a lo alto de la Peña siguiendo una vereda. Años después, se edificaría la ermita que conocemos hoy en día.
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